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Chile y la dignidad de un país

6 de Septiembre del 2022 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

Con el rechazo por referéndum de la “non nata” Constitución chilena(*), por un abrumador 62% de votos (muy por encima de lo anunciado por las encuestas), Chile afronta un periodo de incertidumbre con un Gobierno que acababa de “salir del horno”.

La primera paradoja que nos suscita (desde fuera y también desde dentro del país) tiene que ver con el comportamiento del cuerpo electoral. Es decir, miles de chilenos que hace unos pocos meses apostaron por un Gobierno de izquierdas han elegido rechazar la nueva Constitución. Doy por descontado el voto de la derecha y extrema derecha que siempre anunciaron su “no” a la nueva Constitución y apostaron por una campaña agresiva y sostenida en el tiempo desde que se iniciaron los trabajos constituyentes.

Sesudos analistas políticos escudriñan sus cerebros buscando las razones de esta paradoja. Hay para todos los gustos. Por mi parte, solo me limitaré a apuntar algunas cuestiones que considero relevantes en el proceso (supongo que otros apuntarán otras y todos tan contentos)

1. En términos estrictamente democráticos, siempre me había parecido una paradoja el que gobiernos democráticos, elegidos democráticamente, de derechas y de izquierdas, desde que recuperaron la libertad (hace 42 años), hayan gobernado bajo el paraguas de una Constitución redactada por un sanguinario dictador. Supongo que sesudos analistas, politólogos y hasta psicoanalistas habrán buceado en estas aguas turbulentas. Un humilde servidor solo acierta a pronunciar la palabra “dignidad”, pero no la dignidad individual, sino la colectiva, la de un pueblo que ha permitido que, durante años, sus gobiernos, desde la Casa de la Moneda, a la hora de gobernar o de proponer proyectos de ley o de emitir decretos, hayan tenido que hacer referencia constante al articulado de una Constitución manchada de sangre de inocentes.

¿Alguien se imagina que en España, tras la muerte del dictador, las distintas fuerzas políticas se hubieran puesto de acuerdo para que, en lugar de promulgar una Constitución democrática, hubieran preferido seguir gobernando con las Leyes Fundamentales del régimen fascista? Pues exactamente esto es lo que venía ocurriendo en Chile en los últimos 42 años, para vergüenza de sus políticos, especialmente de los presidentes del Partido Socialista Chileno (con Ricardo Lagos y Michelle Bachelet a la cabeza)

2. Es la primera vez en el mundo (si mal no recuerdo) en el que un proyecto de Constitución es redactado con la participación de todos los sectores sociales (colectivos de derechas, de izquierdas, de la sociedad civil, abogados, maestros, médicos, obreros, empresarios, minorías étnicas... y un larguísimo etcétera). La democracia participativa llevada hasta sus últimas consecuencias. Los 155 miembros representando a todo el tejido social fueron avalados y refrendados por el pueblo chileno para iniciar los trabajos constitucionales (el 80% de los ciudadanos así lo ratificaron). Por tanto, la nueva Constitución no tenía color político, tenía el sabor del pueblo, del tejido social. Lo que ocurrió es que algunas de sus propuestas eran demasiado avanzadas para Chile y podían ejercer un efecto contagio en el resto del continente y, por otro lado, puso muy nerviosos a lo que veían amenazado su “statu quo”. Las celebraciones al “no” han sido multitudinarias y ruidosas en los barrios más ricos, bajo el eslogan que está de moda, “Libertad y no al comunismo” (desde que Steve Bannon diera el pistoletazo de salida con Trump).

3. Pero no solo la derecha ha estado presente en las calles, en los medios afines y en la difusión de los “fake”. También el llamado centro-izquierda (el ala “centrista” del Partido Socialista), con Ricardo Lagos a la cabeza, puso “toda la carne en el asador” para que triunfara el “no”. Es decir, desde dentro del bloque progresista que dio el triunfo a Gabriel Boric hace pocos meses.

4. No más de un 10% de la población se ha leído íntegramente la propuesta de Constitución. Ello no es una novedad (lo mismo ocurrió en 1978 en España), a la mayor parte de la gente le llegaba retazos de la misma, cuando no artículos incompletos, mensajes con interpretaciones sesgadas o directamente cuestiones que la Constitución no decía. Pero no estamos en 1978, estamos en 2022 y el veneno de las “fake news” corre como la pólvora. La campaña para el referéndum ha estado contaminada por la desinformación que entra en los hogares de manera impune porque vivimos en una sociedad líquida que, al parecer, ha venido para quedarse y tendremos que acostumbrarnos a ello. ¿Cómo combatirlo? Esa es la pregunta.

5. Conviene recordar que la propuesta de una nueva Constitución fue la salida que las instituciones políticas encontraron para intentar encauzar las revueltas populares del 2019 que pusieron en la picota al Gobierno conservador de Sebastián Piñera. El ultraliberalismo había dejado una sociedad profundamente herida y desigual (ocho milmillonarios acaparan el 17% de la riqueza nacional, según la CEPAL) con una sanidad privatizada, una educación pública sin recursos y un sistema de pensiones privatizado en su totalidad (el paraíso del neoliberalismo y de los “Chicago boys”) que tomó al Chile de Pinochet como campo de experimentación para el negocio de las pensiones. Frente a ello, los redactores de la nueva Constitución recogieron la indignación de la calle con cambios profundos en política social, la ecología, la paridad de género, la plurinacionalidad...

6. Con el triunfo del “no”, Chile vuelve al carril de salida. A la necesidad de devolver la dignidad al pueblo chileno, después de vivir 42 años bajo el paraguas de una Constitución indigna, manchada de sangre. Pero esta vez, serán los políticos del arco parlamentario quienes (como siempre) negociarán los términos de la Ley de leyes, poniendo fin a un experimento demasiado democrático, demasiado participativo, demasiado peligroso para el “statu quo”.

La última pregunta es: ¿qué asustó más a los votantes del “no”, la plurinacionalidad y la desaparición del Senado o las políticas sociales?... la dignidad puede esperar.

(*) La Constitución española de 1856 se la conoce también como la “non nata” porque no llegó a promulgarse como consecuencia del golpe militar encabezado por el general O’Donnell, que acabó con el primer bienio progresista durante el reinado de Isabel II.

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