A la hora de juzgar a los otros
La tiranía actual global se hace inhumana por no tener rostro. Las divisiones habidas entre la gente se convierten en abismos. El enemigo marginal siempre se encuentra entre los más pobres. Los más peligrosos casi siempre entre los poderosos (para muchos, hoy los políticos).De tal manera que uno termina preguntándose ante tan fácil e injusta a veces crítica si las palabras son para guardarlas en el bolsillo para la primera ocasión, pero no para tirarlas al río.
Una protesta es un profundo llamamiento a una justicia ausente. Protestar es negarse a que te reduzcan a cero. Cuando, en cambio, somos tantos los que convertimos en mentirosos compulsivos, ineficaces, tramposos, tal vez estemos convirtiendo lo enloquecedor en algo atractivo. A diario hay quienes con frecuencia personificamos el mal en gente conocida. Y cuanto más conocida o si es político adverso, mejor. En muchas cartas leo casi de manera universal cierto espeluznante aroma, el aroma de la nada habido en alguna cabeza.
Si alguien te dice que eres un imbécil, ¿qué le respondemos? ¿Si algún joven posmoderno alumno te vacila diciendo que la homosexualidad es muy normal y sana, ¿qué le respondes? Ante los ojos críticos injustos ajenos solo puedes presentarte solo y reconocer nuestras flaquezas y ocultarlas en la hojarasca de la propio existencia. Solo cabe reconocer nuestras pequeñeces, u ocultarlas con las hojas de la higuera.
Juzguemos a los demás como queremos que ellos nos juzguen.
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