El imprudente alcalde de Valladolid
No es novedad que los políticos se tiren los trastos a la cabeza convertidos en palabras-, se falten el respeto, muestren sus más íntimos y bajos pensamientos cuando los micrófonos les pillan despistados, y finjan desapego -cuando no aborrecimiento- hacia personajes de otros partidos cuando les toca vender sus "productos", y acto seguido, irse a compartir con ellos comida, café, puro, y copa -seguramente.
Como tampoco, que hablen por el sólo placer de escucharse, que digan y digan sin antes pensarlo, que finjan lo que no son, o que ocupen puestos que les vienen más grandes que el traje a un payaso.
Lo ocurrido con el alcalde de Valladolid sobre sus declaraciones dirigidas a Leire Pajín es más de lo mismo, lo de casi siempre, político que saca pecho para meterse con el contrario, pero que en este caso, el pecho lo sacó tanto que le reventó en su cara, y en lugar de hacer una valoración del personaje político y de su gestión -y mira que tenía buenas razones para ello-, lo que hizo fue meterse con la persona -véase mujer- que según él tenía unos morritos que le ponían.
No se puede ser más soez, rastrero y verdulero.
Está claro que sus verdosas y resbaladizas neuronas le traicionaron, haciéndole decir lo que, seguramente, están acostumbradas a procesar, pero las pobres no se dieron cuenta de que en esta ocasión sus escuchantes no eran los palmeros y los reidores de turno, ni los micrófonos las copas de un bar. Así que le dejaron al desnudo, mostrándonos a todos su lamentable realidad: hombre poseedor de un pequeño cerebro tintado de verde y disfrazado de político conservador.
Y un falso caballero.
Y un gran imprudente.
Hoy mi punto final se llama prudencia y tiene forma de pequeño poema:
Silencio, escucha. Opiniones, las justas.
Mide la distancia, no te salgas del terreno.
Silencio, cuenta hasta multiplicar diez por diez
y cuando llegues a cien, pregúntate entonces:
¿Quién soy? ¿Quién debo ser?
La prudencia.
La sabia.
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