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Ver o no ver, he ahí la cuestión

22 de Septiembre del 2022 - José Luis Sancho Sánchez (Zaragoza)

El positivismo es una doctrina filosófica que rechaza a priori todo concepto universal y absoluto. Ser positivo es la tendencia a ver y juzgar las cosas por el aspecto más favorable, no el absoluto; eso relaja, pero no se debe esconder la realidad cuando toca prevenirse, porque para eso se nos ha dotado de neuronas. La realidad de lo que es absoluto -es decir, de lo que es innegable- puede parecer a veces una realidad tan negativa como la botella medio vacía, pero eso- más que un hecho negativo, es simplemente un hecho real. No se trata de sentirnos cómodos pase lo que pase.

¿De qué nos sirven los buenos deseos si no están respaldados por un esfuerzo en hacerlos realidad?, ¿de qué nos sirve ver la triste realidad sin buscar una posible esperanza?, ¿o de qué nos sirve la fe o la esperanza basadas en mitos? Sirvámonos de un ejemplo y situémonos en un plano riguroso: la adoración a ídolos o a cualquier persona o cosa, aunque sea con el pretexto de servir como intermediario, es odiada por Dios: “No te hagas ninguna imagen tallada ni nada que tenga forma de algo que esté arriba en los cielos, abajo en la tierra o debajo en las aguas. No te inclines ante esas cosas ni te dejes convencer para servirles, porque yo, Jehová, tu Dios, soy un Dios que exige devoción exclusiva. Hago que el castigo por el error de los padres recaiga sobre los hijos” (Éxodo 20:4,5). En realidad, ¿adónde va a parar esa devoción?: “Las cosas que las naciones sacrifican se las sacrifican a demonios y no a Dios” (1 Corintios 10:20). La tradición basada en mitos puede ser festiva, pero ¿de qué sirve? ¿Nos divierte lo que Dios rechaza? En ese caso, despidámonos de la esperanza.

Las cosas están así porque, aunque la mentira es un foco de infección moral, es piadosa a los ojos del optimista. ¿Es Putin un cristiano aceptado? Pues sí, lo acepta y secunda una de tantas iglesias de la Cristiandad, igual que a Hitler. Si la balanza de la justicia sopesase los hechos por encima de las ideas y tradiciones, la propaganda política no supondría mucho peso en la mayoría de los casos; tampoco las religiones profesionales si hubiesen de cambiar ritos por verdades que incomodan, y condescendencia por ejemplaridad. Desgraciadamente, los poderes humanos saben qué es lo que le gusta oír a la gente, o qué tradiciones agradan al corazón. El corazón piensa que ya hay demasiadas cosas negativas como para andar comprobando su verdadero valor en la balanza de la verdad.

No obstante, para el que quiera optar por proteger su balanza, hay este consejo divino: “Cesad de amoldaros a este sistema de cosas; más bien, transformaos rehaciendo vuestra mente, para que probéis para vosotros mismos lo que es la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios” (Romanos 12:2). La perfecta voluntad de Dios nos lleva a esta esperanza: “Y solo un poco más de tiempo, y los malvados ya no existirán; mirarás a donde estaban y ya no estarán allí. Pero los mansos mismos poseerán la tierra, y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz” (Salmos 37:10,11). Ahí está el futuro si queremos verlo, porque el futuro, queridos amigos, ya solo depende de Dios.

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