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De los animales de compañía

27 de Septiembre del 2022 - Javier Cortiñas González (Tarragona)

Dentro de las reflexiones dedicadas al mundo de hoy, no podía faltar ocuparnos de ellos, compañeros de viaje en esta nave redonda que se mueve por el espacio obedeciendo las normas de circulación que impone la gravedad.

Dice la RAE que una mascota es, en una de sus opciones, un animal de compañía, aunque a veces, aparecen noticias que le hacen dudar a uno quién es el animal de compañía de quién.

Podemos suponer que nuestra relación viene de muy atrás, desde los tiempos en los que nuestros antepasados carroñeros o cazadores eran acompañados de perros salvajes y otros animales en sus correrías de caza. Con el tiempo la asociación se iría haciendo más estrecha hasta ser entrenados en las actividades cinegéticas de acoso y cercado a cambio de su parte de las presas.

Esta relación con ellos los llevó en algunas culturas a divinizarlos, como los egipcios que momificaban monos, perros, gatos, ibis y hasta cocodrilos, aunque en este caso, se ha observado que los embalsamadores tuvieron la precaución de usar un doble enrollado de tela alrededor de las mandíbulas, para evitar, en el inframundo, posibles tarascadas al dueño de la tumba que reposaba junto a él. Recordemos que el instinto es el instinto.

Como desgraciadamente la historia nos lo recuerda, el ser humano tiende a aprovechar cualquier ventaja competitiva de la índole que sea, en primer lugar, en la guerra. En la Biblia se relata cómo los israelitas ataban a la cola de zorros gavillas ardiendo que soltaban para asolar los campos de cereales de sus enemigos y los romanos y los tercios los usaban en las batallas. Hasta en la segunda guerra mundial se les condicionaba para comer debajo de los tanques y cuando hacía falta, cargados con mochilas explosivas, soltarlos delante de los tanques enemigos para hacerlos explotar.

Ha sido mucho después cuando realmente han pasado a ser verdaderamente animales de compañía -algunos cuestionables como ya veremos- después de haber sido utilizados como guardianes, cazadores, especializándoles en potenciar determinadas y concretas aptitudes, como el tamaño, para entrar en cuevas y madrigueras, ser veloces corredores o tener el pelo corto y fuerte para no enredarse, etc.

Los primeros que pasaron a entrar en la categoría de "compañeros" fueron los perros y los gatos, les siguieron los pájaros, unos cantores, otros vistosos por sus colores, luego los roedores como hámsteres, cobayas y conejos orejudos. Alguien apostó por incluir también a los reptiles y ofidios -de tan mala fama- como las enternecedoras anacondas albinas de dulce mirada, capaz de despertar los más tiernos sentimientos, sin olvidarse de insectos simpáticos y juguetones como las gigantes arañas de aterciopeladas patas que habitan en la selva amazónica que te derriten con sus ocho enternecedores ojos. Hasta los peces se han colado también, aunque presentan ciertas dificultades a la hora de relacionarse con ellos, por su manía de emitir burbujas en lugar de sonidos. Parece que quedan fuera por obvias razones las ballenas, orcas y paquidermos porque no están las hipotecas como para adquirir a precios razonables los metros cuadrados que exige su bienestar animal. Tampoco los grandes felinos, incapaces, aunque lo intenten, de contralar las caricias a las que son tan aficionados, cuya amistad lleva asociada un oneroso incremento del presupuesto familiar en ropa, reparaciones de paredes, muebles y más que posibles visitas al hospital.

Salvo las rarezas mencionadas, son los canes y los mininos los que por derecho propio se han posicionado en el cuadro de honor de los animales de compañía. Especialmente por su afectividad, que consigue paliar la soledad y hacer más agradable la vida de muchas personas, llegando en algunos casos a generar efectos benéficos en personas enfermas. Se llegan a crear tales vínculos con sus dueños que, agradecidos, han querido perpetuar su memoria erigiendo tumbas, como las que se pueden visitar en el cementerio de perros y mascotas en Asnières-sur Seine, próximo a Paris, inaugurado en 1899, con réplicas mucho más modernas en Madrid y Barcelona.

Sin embargo, creo que estamos llegando a extremos preocupantes con la obsesión por el bienestar animal y el desarrollo de leyes protectoras cada vez más caprichosas y desquiciadas que pronto podrían llegar a considerarles sujetos de derecho y hasta con tarjeta de seguridad social animal. Ya no sería raro que muy pronto sus dueños, al tiempo que soliciten una consulta médica, en la misma cita, incluyesen la revisión dental del chucho o de la trufa que parece un poco seca.

Otro aspecto inquietante es el rol de sustitución que parce observarse. Los niños se están sustituyendo por mascotas. Cada vez hay más personas que las llevan en brazos; a las que prestan una desmesurada atención haciéndoles mimos, carantoñas y cucamonas. Que pasean en cochecito y los llevan a comercios, restaurantes donde son mejor recibidos por los camareros que si fuesen bebés. Donde figuran melifluos carteles invitándoles a entrar, si se portan bien.

Y claro ante tal estado de cosas, con la manía que tiene el ser humano de hacer dinero, rápidamente se ha ido desarrollando todo un sector económico dedicado a satisfacer las necesidades, caprichos y fantasías que a sus amos se les ocurren. Basta con curiosear las estanterías de cualquier establecimiento comercial para sorprenderse con un variado despliegue de comidas súper especializadas para cachorros, adultos o adúlteros, que resuelven la retención de orina, controlan el peso, previenen la artrosis o evitan el sarro dental y la caída del pelo. Hay estanterías llenas de latas que ofrecen tentadores menús gastronómicos, inaccesible para la mayoría de las personas que componen el tercer y cuarto mundo ofreciendo carne de pollo con guisantes y zanahorias, gelatinas de pavo o atún, buey con pato, pavo con gambas, atún y cangrejo. Hasta yogur rico en calcio y repleto de prebióticos. Muchos de ellos cocinados a fuego lento y en su propio jugo o en crudo y biológicamente apropiados.

Por no entrar en el apartado dedicado a su higiene, con champús enriquecidos con aloe vera, con acondicionador. Blanqueadores, desodorantes, etc., además de todo un mundo de complementos de cochecitos, bolsas y mochilas de viaje. No me extrañaría que hubiese hasta juguetes eróticos, que por vergüenza no me he atrevido a preguntar por si me tomaban por un degenerado.

Y para rizar el rizo, por si no ha traído pocos problemas la pandemia del coronavirus, hay chuchos que están estresados porque, con la vuelta al trabajo de sus dueños, se han quedado solos en casa y no paran de llorar y ladrar. Ante tan angustioso problema sus dueños están promoviendo iniciativas como solicitar a las empresas que les permitan llevarlos a sus despachos. Resulta cuando menos paradójico, que en su día se quitaran muchas guarderías en empresas para los hijos de sus empleados, porque eso no formaba parte de sus actividades principales y ahora, las tengamos que rescatar para atender a nuestros animales, dejando a las personas relegadas a un segundo término.

¿No nos estaremos pasando de la raya? Es como para pensar si realmente vamos en la dirección correcta hacia una humanidad más sabia, más libre y justa.

Pues esto es lo que hay.

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