Va de alcaldes

10 de Noviembre del 2010 - José María Pérez Rodríguez

Decididamente, los alcaldes españoles están de moda. En realidad hay que decir que en nuestra historia, la literaria y la otra, alcaldes y comendadores siempre han ocupado un papel preponderante. Recuérdese al respecto, entre otros, los nombres de Sagunto, Fuenteovejuna, Zalamea y Móstoles para entender la gloria secular que nos contempla. No hay duda de que la Historia de España (imprescindibles las mayúsculas, por favor) se hubiera quedado sin algunos de los episodios más característicos que se enseñan (o será mejor decir se enseñaban...) en las escuelas de no haber existido los alcaldes como los símbolos de nuestra indomable raza.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, tan gloriosa tradición parecía haber entrado en cierto proceso de decadencia, aunque, a decir verdad, algo queda todavía de las raciales virtudes que adornaron tiempos ha a los supremos regidores municipales. Por ejemplo, son perceptibles ciertas sorprendentes concomitancias entre el alcalde de Móstoles, declarando él solito la guerra a los ejércitos de Napoleón, y el actual de Madrid, discutiendo a grito pelado con el presidente del Gobierno el día de la Fiesta Nacional sobre la «canallada» que le ha hecho no permitiéndole endeudarse más, o renegociar la mastodóntica deuda que tiene el Ayuntamiento de la capital de la nación, cuando otros municipios la tienen muy parecida y sí se les ha autorizado.

Subtítulo: Políticos locales empeñados en hacer historia

Destacado:En nuestra historia, la literaria y la otra, alcaldes y comendadores siempre han ocupado un papel preponderante; de un tiempo a esta parte, tan gloriosa tradición parece haber entrado en cierto proceso de decadencia

No son tampoco desdeñables los parecidos que pueden encontrarse entre la postura rebelde del alcalde de Parla enfrentándose al secretario general de su partido y presidente del Gobierno de la nación, presentándose a las «primarias» de las que se le quería apartar y... ganarlas a la candidata postulada por este último, y cualquier alcalde del siglo XVI ayudando a la Santa Inquisición en su histórica tarea de alzarse como «martillo de herejes». Las similitudes podrían continuar sin duda «ad infinitum», pero como algunos de los comparados no iban a poder protestar..., mejor será dejar tan apasionante y revelador juego.

Ahora le ha tocado ser «crucificado» al alcalde de Valladolid por haber tenido un calentón acerca de algunas de las cualidades que, a su juicio, le inspira la imagen de la recién nombrada ministra de Sanidad, Políticas Sociales e Igualdad, triple carga y responsabilidad para tan joven miembra del remodelado equipo del señor presidente del Gobierno socialista, y que, además de todos los dicterios, descalificaciones e insultos de que ha sido objeto, pese a haberse disculpado públicamente de su erróneo proceder, la compañera de gabinete y ministra de Cultura le niega el saludo y anuncia su ausencia en un acto inaugural a celebrar en dicha capital directamente relacionado con su departamento ministerial, como severo «castigo» a su machista comportamiento.

Se da la casualidad de que el alcalde de Valladolid ha sido elegido, sin duda, por miles de votantes «tontos de los cojones», en gramatical y gráfica expresión de su colega el alcalde de Getafe que, además, es el presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias, de quien todavía estamos esperando unas palabras de disculpa por semejante exabrupto ofensivo para más de diez millones de ciudadanos, y quien no ha sido objeto del más mínimo reproche por parte de sus correligionarios por tan delicada muestra de ordinariez.

Los alcaldes españoles siguen empeñados en hacer historia. Unos, sean del espectro ideológico que sean, emitiendo juicios y opiniones reprobables sobre las personas; otros, siendo promocionados como tránsfugas convictos y confesos a las poltronas consistoriales, o mediante pactos «contra natura», con flagrante violación de la ética política; los más, asignándose sueldos impropios de tiempos de austeridad y crisis, y algunos lanzando órdagos a los más altos dirigentes de sus partidos de militancia que pueden acabar como el rosario de la aurora... Si en esto consiste la democracia «a la española» –además de las muchas otras cosas que pasan– y lo conociera Maquiavelo, seguro que revisaba, al alza, sus teorías sobre las tareas del Gobierno, reflejadas en «El Príncipe», en las que el cinismo y la mentira son actitudes indispensables.

José María Pérez Rodríguez, abogado

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