Sabino Coppen, amigo por encima de todo
Desde que lo conocí, hace ya muchos años, siempre se caracterizó por su espíritu emprendedor, alegre y jovial, que le llevó a practicar muchos deportes, especialmente aquellos más relacionados con su disfrute en la naturaleza, en su querida Asturias. También era un amante de la música en todas sus manifestaciones, pero la ópera era una de las áreas más apreciadas. No por casualidad, también le gustaba interpretar el bel canto y solía hacerlo acompañándose de su inseparable guitarra, con la que amenizaba no pocas tertulias, a iniciativa propia o a petición de terceros; de hecho, cantar era para él tan normal (y gratificante) como para una liebre correr; lo hacía por gusto, pero también para dar satisfacción a su público.
Vivía con tanta intensidad todas sus aficiones que inevitablemente contagiaba de entusiasmo a cuantos le rodeaban, y éramos muchos, yo diría que muchísimos. No se conformaba con participar o compartir ocasionalmente, trataba de convencernos de las bondades de sus prácticas, con un detalle minucioso de sus propias vivencias; hablar con él de ellas era casi como experimentarlas. Era difícil no sentirse atraído por sus encantos y su compañía siempre resultaba agradable.
De profundas convicciones y madera de liderazgo, a veces parecía que jugaba con el equipo perdedor, quiero decir, que para él lo importante no era lo conveniente o políticamente correcto, sino lo que interpretaba como justo, y este tipo de actitudes no siempre le garantizaban apoyos unánimes, sino todo lo contrario. Siendo así, en más de una ocasión le pudimos encontrar defendiendo causas perdidas, que logró reconducir gracias a su buena fe y a la perseverancia con la que actuaba.
Ayudar a los demás, dentro y fuera de su círculo, incluso familiar, era una de las características más sobresalientes de su conducta, pero no la única. El culto a la amistad era tan profundo que podría afirmarse que formaba parte de su carga genética. Su disponibilidad para sus amigos era tal que, en ocasiones, parecía olvidarse hasta de sí mismo.
Para quienes podíamos apreciar sus valores, saber que estaba ahí era un motivo de confianza. Contar con su apoyo cuando se lo pedíamos o también cuando él creía que lo necesitábamos proporcionaba un cierto margen de seguridad frente a la incertidumbre en la que nos movemos.
Por eso conocía a tanta gente y era tan conocido y apreciado; era el trato amigable y frecuente con todos lo que sostenía esta relación tan satisfactoria. Pero hete aquí que entró en juego una de las peores lacras de nuestro tiempo: la enfermedad de Alzheimer, que llamó a su puerta y lo hizo para quedarse, abusando de su hospitalidad. Siempre es una cabronada para cualquiera y en este caso se hace especialmente diabólica, porque fue el olvido y la lenta pérdida de memoria lo que marcó dramáticamente sus últimos tiempos, en los que no obstante siempre estuvo acompañado de los suyos, de su esposa, de sus hijos y de sus familiares más cercanos; por desgracia todos conocemos otras situaciones que ni siquiera llegan a tanto y eso debería preocuparnos, incluso a nivel institucional.
Antetítulo: In memoriam
Subtítulo: Hombre de profundas convicciones que contagiaba entusiasmo
Destacado: De aquella persona entrañable, generosa, alegre, que se ilusionaba con casi todo, quedará un recuerdo entrañable para los que le queríamos
De aquella persona entrañable, generosa, alegre, que se ilusionaba con casi todo, quedará un recuerdo entrañable para los que le queríamos y espero que también el ejemplo de quien ha defendido y representado, como pocos, el verdadero sentido de la amistad.
¡Maldita enfermedad de Alzheimer!, que no se conforma ni con la muerte para recrearse antes con la pérdida absoluta de memoria de los que la padecen e incluso con el desapego de amistades, aunque no sea intencionado.
Sabino falleció en Oviedo el 27 de octubre de 2010; le acompañaban los suyos.
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