Empecemos por orientarnos, señor Neira
Empecemos por orientarnos, señor Neira, las personas no somos buenas o malas según la adscripción política o la ideología que nos define. Eso es una simpleza maniquea a la que nos tiene acostumbrados la clase política de este país llamado España. No caiga también usted en esa trampa. Las personas somos mucho más complejas que todo eso.
Es cierto que el hombre, en sentido genérico, oculta la realidad de su pensamiento bajo envoltorios discursivos políticamente correctos, lo que implica admitir cierto grado de hipocresía social ya que hemos de ser conscientes que este comportamiento nos afecta a todos -también a usted y a mí-, en mayor o menor grado, pudiendo llegar en algunos casos a la categoría de patología. Esta conducta, digamos inteligente ya que sólo afecta al hombre dentro del reino animal, y natural, se manifiesta mediante el engaño, la mentira, la persuasión e incluso la seducción, por tanto, si admitimos cierto grado de hipocresía en el ser humano, no la utilicemos como algo que solo afecta a los demás, porque eso, señor Neira, también implica hipocresía.
Sentadas estas premisas, quisiera decirle, sin acritud, que una cosa es la sinceridad, lo cual es una característica loable en las personas, y otra cosa es desbocarse e incluso ufanarse desmedidamente de un delito. A la primera categoría, la del disparate, corresponden las palabras del Alcalde de Valladolid, persona pública que, como tal, debería tener más templanza y, sobretodo más comedimiento o moderación, elija usted el término. Otra cosa muy distinta es la delictiva descripción que un escritor sin escrúpulos por cierto, no sé en qué zona ideológica se mueve ahora- hace de sus sucios juegos sexuales con menores.
De Arturo Pérez-Reverte prefiero no opinar. Confieso que es mi debilidad y me cuesta mucho trabajo censurar sus palabras. Él sabrá porqué dijo lo que dijo.
Y, para concluir, ¡hombre! Lo de Aute y García Márquez, nada que ver, es literatura, y, en literatura, usted ya sabe que cabe todo, es como un saco sin fondo, porque la realidad siempre supera la ficción. El arte de la narrativa cuenta historias, pequeñas o grandes miserias del hombre, lo que no implica que sus autores las lleven a la práctica.
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