Neocolonialismos

1 de Noviembre del 2022 - José María Casielles Aguadé

Si uno se para a pensar sobre la evolución política que estamos sufriendo en el mundo actual, y la comparamos con otras experiencias históricas, llegaremos a la conclusión de que estamos sumergidos en neocolonialismos rampantes y manipulaciones progresivas.

Como razonamiento del primer criterio expuesto, tenemos al menos tres ejemplos:

La “tutela” rusa sobre los países que pudiéramos llamar ex-URSS, tras la supresión del pacto de Varsovia y la liberación promovida por el fallecido presidente Gorbachov, de la que también hay que precisar que se realizó con condicionantes formales concertados y posteriormente no asumidos en muchos casos: muy concretamente, no ingresar en la UNE ni en la OTAN como garantías de seguridad para Rusia. Estamos hablando de naciones como Polonia, Hungría y Ucrania, entre muchas otras.

Un segundo ejemplo, o mal ejemplo si prefieren, lo tenemos en la “dependencia” a China de otros países orientales, como el Tíbet o Taiwán, lo que es bien obvio.

Sumario: La necesidad de volver a "La Política" de Aristóteles en esta coyuntura europea y mundial

Destacado: Hoy Europa es un profuso, confuso y difuso aglomerado de viejos países que se rige teóricamente por unanimidad y en el que cada uno persigue y reivindica su comodidad y conveniencia

Como tercer caso, puede referirse el “dominio” de USA sobre otra pléyade de países en numerosos continentes; bien directamente por medios bélicos, como en Corea; Vietnam, lrak o Afganistán, etc., “algo” separados del Atlántico Norte.

No menos obvio es el cacicazgo de las grandes potencias en la descolonización europea de África, con las mismas intenciones que en su día guiaron a notorios países europeos. Y, llegando aquí, podemos preguntamos: ¿qué es ahora de Europa? Resulta bien fácil de contestar: el Reino Unido (UK) es una entelequia; el Imperio francés ya no lo es; el Imperio español desapareció con la mal llamada guerra de Cuba con USA, que se adueñó de nuestras colonias en el Caribe y todo el Pacífico Norte, y mejor no seguir. Hoy Europa es un profuso, confuso y difuso aglomerado de viejos países con heterogénea historia y orientación diversa, que se rige teóricamente por “unanimidad”, cada día más difícilmente alcanzable, y en el que cada uno persigue y reivindica su comodidad y conveniencia, lo que explica las inconcebibles conductas de sus miembros al pretender simultáneamente conseguir petróleo y gas natural de Rusia y enviar armas ofensivas a Ucrania. Otro disparate es no disponer a estas alturas de unas Fuerzas Armadas conjuntas y no tener objetivos políticos independientes. La OTAN va de “multicolonia” americana.

A la vista de tanta necedad, y a la falta de un programa europeo de futuro, es razonable coger una antorcha e investigar en el pasado, que también puede enseñarnos algo. Así, no resulta mal criterio releer el formidable libro “La Política” del gran filósofo clásico Aristóteles (384-322 a. de C.). ¿Y, qué podemos aprender de él? Pues a pensar y razonar, que siempre vienen bien: Aristóteles distingue perfectamente entre los modos de gobierno de la república y la monarquía: sus elementos, ventajas, defectos y corrupciones posibles. Define correctamente lo que es una democracia. Aconseja sobre la educación y la justicia y señala las diferencias entre los poderes legislativo o deliberativo, el ejecutivo y el judicial. Habla de revoluciones, demagogias y tiranías; de la vida social y de las regulaciones del derecho. Desafortunadamente acepta la esclavitud, antes arraigada por el derecho de guerra, y digamos honestamente que hoy se rechaza con este nombre, pero se practica con otros, como drogadicción, abuso, prostitución, avaricia y otras miserias. Habla largamente de los derechos ciudadanos, del libre concurso a los cargos públicos, de las responsabilidades políticas, hoy esfumadas, y de la necesidad de que los que mandan hayan de buscar la felicidad de los ciudadanos, basándose en la práctica de la virtud. Predica que los legisladores perseguirán con las leyes la paz y el reposo; y del respeto que los que gobiernan deberán guardar a las normas constitucionales, evitando la anarquía, y la tiranía, y aborreciendo las órdenes arbitrarias, los decretos abusivos, prescindiendo de la demagogia y del despotismo sin responsabilidad. Elogia la protección a la clase media. Dictamina que la democracia ha de basarse en la correcta práctica parlamentaria, fundamentando los criterios con razones. El poder ejecutivo ha de ser limitado en el tiempo, y de mentalidad alternante, y ninguna magistratura será perpetua. Se evitará la dilapidación de las rentas del Estado y otras, por la corrupción.

Las sentencias han de cumplirse. La inoperancia debe sancionarse, puesto que lo que se comienza con diligencia ya está medio hecho. Los que se caracterizan por su virtud nunca producen disturbios. Debe prevenirse y evitarse la promoción de cargos públicos por nepotismo (nombramientos por relación familiar). La mejor garantía de un buen gobierno reside en el decoro personal de sus funcionarios y en su diligente cumplimiento de las leyes. La finalidad de los cargos públicos no está en enriquecer a quienes los ostentan; por ello y para ello, deben ser elegidos los más capaces y honestos, que servirán de ejemplo a los demás ciudadanos.

Es sorprendente que las recetas de Aristóteles, que no conocía las agencias de prensa, ni podía leer los periódicos, estén plenamente vigentes hoy, y sigan siendo útiles 2.400 años después por lo menos. ¡Aleluya!

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