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El buen Sabino Coppen

28 de Octubre del 2010 - Ignacio Gracia Noriega

Antetitulo: Necrológica

Subtítulo: Desaparece una parte de la gran geografía humana de Oviedo

Destacado:Ya no le veremos en los lugares más inesperados, saludando con su media sonrisa, asiduo, junto a su hermano, a cualquier actividad cultural o social

Me entero de la muerte de Sabino Coppen por el periódico, por un artículo muy sentido de Policarpo Fandós que termina con una arremetida contra la enfermedad que le postró primero y le acaba de llevar. Una enfermedad de trazas modernas, a lo que parece, y que evidentemente no respeta a las buenas personas. Enterándonos de muertes recientes, de la de Julio León Costales, de la de José Manuel Valle Carbajal, de la de Sabino Coppen, parece como si la muerte sólo afectara a las personas bonísimas, en tanto que las malas, las malísimas, siguen por ahí tan campantes y logran espectaculares ascensos. De todos modos, la muerte es rasero que iguala a todos, a buenos y a malos, a poderosos y a personas tan buenas como Sabino Coppen Fernández, que era una de las representaciones físicas de la bondad. Con sus francos y transparentes ojos azules, con su aspecto tímido de hombre siempre a punto de pedir disculpas, Sabino era la otra faz de la moneda de oro legítimo de los hermanos Coppen de Lugones: su hermano José Antonio es más enérgico, más locuaz, más resolutivo y ambos son artistas; José Antonio se expresa con la pluma y Sabino lo hacía con la guitarra, uno a través de la historia y el otro por medio de la música. Los hermanos Coppen son parte de la gran geografía humana de Oviedo, como confirmación de su poderoso arraigamiento en Lugones. Para ellos, nunca hubo nada que igualara, y desde luego, nada que pudiera superar, a Oviedo: ni París de la Francia, que hace unos años era la capital de Europa; ni Nueva York, que ahora es la capital del mundo, según el entender de los nuevos paletos cosmopolitas.

Yo sabía que Sabino Coppen andaba mal. La última vez que lo vi, en el Fontán o en el bar Lito, en la calle Altamirano, me contó lo que había, encogiéndose de hombros: estaba resignado. «Conozco por las caras, pero se me borran los nombres», me dijo. No creí que la cosa fuera a ir tan rápida. El buen Sabino Coppen era un vendedor de alegría y optimismo. Un día a la semana (me parece que los lunes) se sentaba en el bar Lito con su guitarra y cantaba y tocaba hasta la hora de ir a comer. Había muchos asiduos a aquella tertulia. Entre ellos, el matrimonio Cugnac, los inolvidables profesores de la Alianza Francesa, que vinieron a Oviedo a dar clases de francés y se quedaron a vivir en la ciudad, atrapados por su magia. Alguna vez aseguraron que las mañanas musicales de Sabino Coppen eran uno de los motivos que los ataban a Oviedo.

La muerte de Sabino se va a notar en Oviedo. Ya no le veremos en los lugares más inesperados, saludando con su media sonrisa, asiduo, junto con su hermano, a cualquier actividad cultural o social, a las que prestaban su concurso de manera espontánea y desinteresada. Nada humano les resultaba ajeno y mucho menos si tenía alguna relación con Oviedo o Lugones. Sin Sabino Coppen, ese rey mago de la bondad mansa e ilimitada, la ciudad ha perdido una parte de su magia.

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