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Desde Valdesoto en el Día Internacional de la Mujer Rural

14 de Octubre del 2022 - Sara López Corral

Hoy, 15 de octubre, se celebra el Día Internacional de las Mujeres Rurales, que tiene como objetivo el reconocimiento al papel decisivo de las mujeres en el desarrollo, la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza. Quiero desde aquí, a través de mi historia, reconocer el trabajo de estas mujeres.

Nací en Oviedo. Cuando era niña, pasaba los tiempos de libertad en Bezanes, tierra de mi abuela paterna, Isabel, la de Alfonso Coya, el tratante, y Susa Martínez, que gestionaba su hogar y su mesa con doce hijos, marido y jornaleros como si de un restaurante se tratara. Muy cerquita del pueblo que vio nacer a mi madre, Pendones, tan cerca del cielo que, cuando tomas aliento tras subir sus empinadas cuestas, te sientes nacer de nuevo y entiendes aquello que dicen los casinos como mi abuelo, Gonzalo Corral, con su humor tan característico y una sonrisa pícara en su rostro: “Los mozos non cansen”. Y les moces como mi abuela Julia, cocinera desde niña, tampoco -añadiría yo.

A los ocho años, mis padres -él, hijo del éxodo rural, y ella, hija de la emigración- decidieron volver a las raíces, al pueblo, al campo, al lugar en el que se suceden las estaciones, y el alma se conecta con aquello que en las ciudades se arrincona, la naturaleza.

Al despertarme, tras mi primera noche en el nuevo hogar, en Valdesoto, en la casa que construyó mi bisabuela Telva, madre soltera, confitera y propietaria del cine del pueblo, recordé la sensación de abrir la ventana y respirar, aunque más húmedo que en Caso, el ozono. Cerrar los ojos y sentirse renacer con el frescor de las primeras gotas de rocío del mes de agosto.

Sumario: Una experiencia vital como la de tantas empresarias que hoy por hoy emprenden desde el campo

Destacado: A veces pienso a cuántas mujeres observó el robusto nogal que me acompaña cada amanecer, cuántas se agacharon a recoger sus amargas nueces y qué pena cuando no hubo o cuando no hay quien recoja los frutos

Pasaron los años, según iba creciendo, fui aprendiendo a valorar el campo, las horas de desplazamientos en los trenes de cercanías, la libertad de conducir, incluso, en determinados momentos, la falta de cobertura, que, aunque en el día a día del trabajo se hace insufrible, los días de descanso se agradece.

Hoy ya peino canas, trabajo y crío a mis hijos en el pueblo. Esta época es preciosa, la naturaleza nos regala sus frutos y trato de enseñar lo que antes me enseñaron mis mayores. La paciencia del agricultor que ve cómo crecen, florecen y dan fruto los árboles que nos observan. A veces me pongo romántica y pienso a cuántas mujeres observó el robusto nogal que me acompaña cada amanecer, cuántas se agacharon a recoger sus amargas nueces y qué pena cuando no hubo o cuando no hay quien recoja los frutos.

Valdesoto es pueblo, fue minero -por la cercanía con las minas-; fue agricultor, cosechero de manzanas, de lúpulo, de fabes, de maíz; fue ganadero, sobre todo de vacas de leche. Hoy en Valdesoto hay unos cuantos intrépidos e intrépidas empresarios y empresarias que apuestan por tenerlo todo (familia, empresa y naturaleza; en definitiva, salud). Yo soy una de ellas, como mi madre, como mi abuela, como mi bisabuela… Trabajo con mi familia en el restaurante familiar en la casa de Telva y llevamos el pueblo a otros lugares con nuestro catering a eventos efímeros como las Flores de Cerezo, que el viento desplazaba al fin de la primavera en Llames, Pendones.

Pertenezco a dos asociaciones, a las que tengo especial cariño y respeto: Mujeres de Empresa, su nombre lo dice todo y aunque nació con la pandemia se empezó a gestar mucho antes, y Club de Guisanderas. En ellas me veo representada y aprendo de mujeres que cada día se levantan para sacar adelante sus negocios y sus familias, porque, aunque la vida se ponga difícil, entre nosotras nos apoyamos para que las cuestas sean más llevaderas.

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