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Severino Rubiera Menéndez o cómo se escribe el diario de un cura de aldea

2 de Diciembre del 2022 - Agustín Hevia Ballina

Hace algunos días que el sacerdote don Severino Rubiera Menéndez, nacido en el barrio de Cimadevilla de Gijón, dejaba la presente vida, para ir al encuentro de Dios Padre y recibir de Él el premio de la bienaventuranza eterna. Es una expresión que todos entendemos y con la que confesamos el término de una trayectoria en la que hemos estado comprometidos desde el momento de nuestro bautismo. Entre los dos extremos -nacimiento a la vida (20 de marzo de 1920), recepción del agua bautismal (al día siguiente) y su culminación (28 de octubre de 2022)- se desarrolló en el devenir de la existencia humana de don Severino aquí abajo en este “valle de lágrimas”, según lo calificó San Pedro de Mezonzo.

Tuvo lugar su bautismo al día siguiente al de su nacimiento, iniciándose en ese instante la vida cristiana de Severino abriéndose para él la perspectiva de un camino -el camino del Bien- en expresión de la “Didaché” o “Doctrina de los Doce Apóstoles”.

Recibió por primera vez los sacramentos de penitencia y comunión, cuando contaba con siete años, en que comenzó una vida más intensa de cristiano, confirmada su fe por el sacramento de la confirmación que iba desembocar en un cambio radical y medular, en la trayectoria de su vida. Cuando cumplía catorce años, manifestó a su párroco don Marino Soria, el gran músico y compositor, su intención de ir al Seminario, como así fue, ingresando en el Menor de Donlebún y, más tarde, continuando los estudios de la carrera sacerdotal en los seminarios de Tapia de Casariego y de Valdediós, para culminar en el de Nuestra Señora de la Asunción de Oviedo, recibiendo aquí la ordenación sacerdotal, de mano del arzobispo don Francisco Javier Lauzurica y Torralba, el 25 de julio de 1956.

Sumario: En recuerdo de un sacerdote comprometido con su vida de servicio y vocación

Destacado: Destacaba don Severino por su afabilidad, su capacidad para la recepción y la acogida, su apertura siempre hacia sus feligreses, su gran facilidad para sembrar amistades

Ahí da comienzo para él una nueva forma de vida, que se centrará primero en la parroquia de San Pedro de Gijón, para después de cinco años de iniciación a la sombra de su párroco don Ramón González en el apostolado urbano, dedicarse en entrega generosa, al servicio de los demás en el mundo rural, al que se dedicó con el mayor espíritu de entrega y de generosidad. Destacaba don Severino por su afabilidad, su capacidad para la recepción y la acogida, su apertura siempre hacia sus feligreses, su gran facilidad para sembrar amistades, su ilusionada donación a las formas de servicio a sus parroquias, su visión de la pastoral como un servicio y una disponibilidad en las veinticuatro horas del día. Asequible, siempre generoso para con los pobres y necesitados. Era don Severino un cura dedicado con plenitud, volcado en el mundo rural hasta lo indecible. Sus problemas de visión, que tenía que subvenir con el empleo de una lupa, no le impedían ser un asiduo lector, dando prioridad a sus lecturas sobre el Concilio Vaticano II y sobre cuestiones de actualidad. Sus intervenciones en las reuniones sacerdotales eran siempre ponderadas y positivas.

Personalmente he quedado agradecido por su generosidad, haciéndome donación de un ejemplar facsimilar de la Biblia, editada por el Principado de Asturias, a partir del códice de la Biblia Di Cava del Tirreni, propiedad de la abadía del mismo nombre, en Italia, que parece fue copiado en algún “scriptorium” asturiano. Por ese tan preciado obsequio le estoy profundamente agradecido. Después de este breve inciso, me resulta grato continuar.

El mundo rural ofrece, en el ámbito de la pastoral, aspectos que son de destacar y nuestro querido Severino supo adaptar a sus vivencias sacerdotales, después de haber adaptado los primeros cinco años de ejercicio del sacerdocio a la vida urbana en la parroquia de San Pedro Apóstol de la villa de Gijón. El ámbito de lo rural le hizo ir adaptándose a las exigencias de la pastoral de las gentes del campo, a su religiosidad y a su forma especial de vivir la comunicación y los momentos de ayuda y de colaboración en las tareas y faenas en que vive la inmersión en las tareas de la sextaferia: Santa María de Rozadas y Santa Eulalia de Niévares, con diferente integración en el Arciprestazgo de Villaviciosa; Santa María de los Cuchillos, en el de Siero, y San Pedro de Sales, Santa María de la Isla y San Juan Bautista de la Duz, en el de Colunga, parroquias de las que vino a jubilarse, pasando a residencia en la Casa Sacerdotal de Oviedo, donde se apagó su vida, para ir al encuentro del Señor a la eterna.

Descanse en paz el hermano Severino, sacerdotal de Jesucristo. Nuestro muy querido hermano puede decir como San Pablo, en el momento de su separación de nos: “Estoy a punto de ser derramado en libación de esperanza. El momento de mi partida ha llegado, ha alcanzado la meta, he conservado la fe y desde ahora me aguarda la corona de la santidad y la justicia, que en el día aquel me entregará el Señor, justo juez, no sólo a mí, sino a todos los que aguardan su venida” (2Tim. 4-7). Muy encarecidamente, querido Severino, pedimos para ti el premio de la bienaventuranza eterna, que el Señor te ha reservado. Tu cotidiano quehacer de cura de aldea queda en el diario, donde se copia el libro de la vida. El Señor te acoja en su gloria.

Así sea.

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