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Sabino Coppen... una ejemplar buena persona

11 de Noviembre del 2010 - Heradio González Cano (xxxx)

Siempre he procurado ser el último en escribir cualquier semblanza cuando se trata de actos culturales, homenajes en general y de manera especial, sobre todo, cuando la causa es funeraria, habiéndolo hecho ya otras plumas superiores. Mas esta vez, modestamente, no observaré el principio. Después de los notables artículos del «amigo por encima de todo» de Policarpo Fandos Pérez y del inconfundible Gracia Noriega, sobre el fallecimiento del noble amigo Sabino Coppen, pareciera que su biografía estaría también hecha, que ya no queda más... Sin embargo, para quienes de veras lo apreciamos y conocimos todavía nos queda un huequecito para destacar algo del sentir, nuestra tristura –como diría Emilio Alarcos–, que, de seguro, ha sido multiplicada por los asistentes a la multitudinaria concurrencia, a los actos religiosos del sepelio, donde se hallaba incluso nuestro alcalde de Oviedo, como otras personalidades sin distinguir credos políticos o de otro género. Donde cada quien, por los saludos, tenía en su corazón gratos y encomiables recuerdos del finado. De ese amante esposo, padre ejemplar, amoroso hermano, correcto ciudadano, de grato humor y de sonrisa franca a flor de labios; alegre como su guitarra, como lo recordarán jóvenes artistas, igualmente mayores, de manera especial éstos y los que viven en residencias de ancianos, donde en cualquier parte de Asturias, de manera desinteresada, solía visitarles, atiplando la voz inconfundible con canciones de ayer, incluso sentimentales en «bable».

Sí. Sabino es una persona muy difícil de olvidar. Inmensamente popular, testigo, la tarde funeraria... El sagrado espacio de San Tirso El Real se quedó pequeño... Mientras a su lado, la Santa Catedral, vacía, pues en ella sin desestimar la iglesia Real, como las palabras de homilía y consoladoras de su párroco, debieron celebrarse los funerales, ya que mucha gente, queriendo ante el ataúd vivir la solemnidad presente, se quedó en la calle...

Quien esto escribe tuvo el alto honor de compartir muchos momentos familiares y honrarse con ser su amigo, bien que lo sabe su doliente hermano José Antonio, «Morocho», orgullo literario de Lugones... Recordamos cuando una vez, años atrás, visitamos la desembocadura mágica del Nalón que desde el Cantábrico, el de la antigua emigración, se va a otros mares, y evocamos la figura inmortal, de un turista singular, mi Rubén de Nicaragua..., como si lo estuviéramos viendo bañar en Los Quebrantos con su Paca Sánchez desnuda, ¡su amada!... Para celebrarlo, como solíamos hacer, fuimos de comida a un típico restaurante del lugar sotobarqueño, y a los postres, faltaría más, Sabino al «postrear» cogió su guitarra, empezándola a tocar, acompañando su cantar... Mas... de pronto... dejó de ejecutar, paró la canción... Quiso recordar lo que cantaba, no fue posible, y sus dedos no podían con firmeza pulsar los trastes de su compañera guitarra... Nos reímos disimulando la actuación, pero en nuestras mentes, esos silencios, íntimamente nos hicieron reflexionar. Estábamos ofrendando aplausos: mi esposa Maricarmen, el «Morocho», el borinqueño, con ancestros familiares astures, y ex presidente de la Cámara de Representantes de Puerto Rico, Cristino Bernazard Méndez (visitante), ex condiscípulo de quien suscribe hace más de 40 años en la Universidad ovetense. Quién nos iba a decir que al silenciarse del artista su vihuela, la causa era la «¡maldita enfermedad del Alzheimer!», como apostrofa Fandos Pérez.

Querido e inolvidable «conde de Campiello», como amistosa y familiarmente le bautizamos después de una visita de solaz que hicimos en Teverga, «ventana del paraíso», del glorioso poeta Peyroux, a un antiguo y vistoso palacio de sus «feudos» familiares... ¡Sabino!... Estés donde estés, ya con memoria recuperada –a pesar de haber donado a la ciencia tu cerebro–, seguro que estarás viendo la humedad de mis ojos, que los mortales llamamos «¡lágrimas!».

Heradio González Cano, abogado, poeta y escritor nicaragüense

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