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La guerra incivil no ha terminado

25 de Noviembre del 2022 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

El periodista Iñaki Gabilondo ha protagonizado un "documental" (Netflix) en el cual, con la ayuda de gente de la cultura, del cine, de la literatura, de la filosofía... pretende dar respuesta (o solo dejar en el aire) lo que en términos coloquiales diríamos "la pregunta del millón": "¿Qué (diablos) es España?".

Al finalizar tan "quijotesco" empeño, nos recordaba las palabras de Otto von Bismarck: "Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido". Las guerras civiles, por su propia definición y por la historia, han sido producto de enfrentamientos bélicos protagonizados por los ciudadanos dentro de un mismo territorio, generalmente entre ideologías contrarias o intereses que chocan frontalmente y que, en algunos casos, han conllevado la secesión o descolonizaciones. La de los Estados Unidos (1861-1865) es un ejemplo de ello y las innumerables guerras ocurridas en África, ejemplo de las segundas, en las que se han mezclado descolonizaciones con enfrentamientos étnicos por el poder.

Otto von Bismarck tenía razón, porque la guerra incivil española dura ya 200 años. Empezó con la promulgación de la Constitución de Cádiz, "La Pepa", que tuvo la virtud de desenmascarar a los añorantes del viejo régimen y del absolutismo (los dueños del poder) en contra de las corrientes liberales que desde Europa soplaban las orejas de la España que quería desperezarse. Los liberales eran los progresistas de entonces (no confundir a aquellos liberales con la degradación que de esa ideología y de esa palabra han hecho Esperanza Aguirre o Ayuso). Se instauró el eje: revolución (liberales)/contrarrevolución (absolutismo) que dio paso a la primera guerra incivil (1822-1823). El "mundo mediático" de entonces, los empresarios, los latifundistas, la Iglesia, el Ejército, no dudaron en responsabilizar a los liberales y a la Constitución de ser los responsables de "la degradación de España"

Un siglo después, España seguía siendo la misma, en términos de modernidad y de reparto de la riqueza, pero el proletariado y el campesinado ya bebían de las nuevas fuentes revolucionarias y se habían organizado. Los dueños del poder no podían permitir que una nueva Constitución, la republicana de 1931, posibilitara definitivamente la modernización de España y la consagración de su europeización. Dejaron que la alegría durara cinco años y dieron el golpe de Estado, el 18 de julio de 1936. Pero esta vez había que arrancar de raíz lo que para los dueños del poder era una herejía y para el pueblo cansado, su dignidad. "Si algún afeminado, algún invertido, se dedica a lanzar infundios alarmistas, no vaciléis en matarlo como a un perro o entregármelo a mí al instante" (Queipo de Llanos, brazo derecho de Franco). Es lo que, 86 años más tarde, uno de los herederos de los dueños del poder (Núñez Feijóo) ha llamado "las peleas de nuestros abuelos" y su alcalde de Madrid, Martínez Almeida, inaugurara el busto del jefe de propaganda de Franco, Milán Astray (el Goobels del fascismo español), aquel que en Salamanca sentenciara: "Viva la muerte, abajo la inteligencia".

Cuando Franco murió tranquilo en la cama, después de preservar durante 40 años el espíritu del nacional-catolicismo iniciado no en 1936 sino en 1822, pronunciando aquello de "atado y bien atado", sabía de lo que hablaba. Los dueños del poder seguirían defendiendo sus intereses y su idea de España, tal como lo vienen haciendo desde 1822. Los avances sociales en materia de aborto, igualdad, feminismo, LGTBi, eutanasia... (impensables, históricamente, en 1822) y los políticos (el reconocimiento de los nacionalismos periféricos) han tenido la virtud de "irritar" a los dueños del poder para recordarnos que la guerra incivil no ha terminado. Su mensajero es Vox, nacido de las mismas entrañas del PP.

A nadie debería extrañar, por tanto, la taberna en la que se ha convertido el Parlamento español. Sus insultos, vejaciones, amenazas tabernarias, son las mismas que vomitaban en 1822 y en 1936, porque "somos superiores moralmente y cualitativamente" (diputado de Vox), que traducido en plata es lo que aquel militar retirado, Francisco Beca Casanova, ya señaló hace tan solo dos años: "Para salvar a España, tendríamos que fusilar a 26 millones de hijos de puta".

Mientras tanto, al mirar al otro lado del espectro político, es inevitable recordar aquella secuencia de la película "Tierra y libertad" del admirable Ken Loach. En una de las trincheras de la batalla del Ebro, tres milicianos republicanos (un anarquista, un socialista y un comunista) discutían acaloradamente sobre sus diferencias, mientras las tropas fascistas de Franco avanzaban inexorablemente para recuperar los "valores del nacional-catolicismo"... los de 1822.

La guerra incivil no ha terminado.

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