Carta de esperanza
Este escrito es para hacer una reflexión de lo importante que es la salud, dado que, después de 45 años, un día entendí que la vida va pasando y absolutamente nada la detiene, que en un abrir y cerrar de ojos todo cambia, y el tiempo que nos queda se hace impredecible cuando un buen día y tras varias pruebas te dicen que alguien tiene cáncer.
Entendí que el dinero puede comprar viajes, pero no el tiempo para estar con él o ella.
Y toca confiar en la medicina, en las investigaciones, en los ensayos y agarrarte a una estadística que no es real, pues no sabes si va a estar entre los que lo van a superar o entre los que se quedan por el camino.
Entendí la importancia de la familia, de los amigos y de todos los que están ahí para apoyarte, porque no estás sola, todos esconden y se visten con un lazo verde o rosa.
Antes no te fijabas, ahora ves pañuelos y sombreros por todos lados, luchadores con efectos secundarios, sin pelo, efectos colaterales sin importancia, porque la caída del pelo no es más que un indicador de que el veneno está funcionando.
Y siguen las pruebas, y las visitas al hospital, las esperas en las distintas sillas, sillones y sofás… sí, sofás, porque cuando estas delante de la puerta de Hospital de Día donde les suministran la medicación, donde entran los valientes, para poner su dosis de esperanza, más conocida como “quimio”, en esa sala de espera hay sofás cómodos para aguantar varias horas, para pensar y para entender que lo material nunca ha sido importante, que todos los que estamos sentados esperando a nuestros valientes lo único que queremos es que esa dosis que les están poniendo les dé tiempo, les dé vida.
Y de repente se abre la puerta, los que esperamos miramos y sale un valiente, caminando despacio, y alguien se levanta y se acerca, sin poder evitar la pregunta que todos los días tú también repites: “¿Qué tal?”, y ves cómo sonriente ese luchador anónimo responde: “Bien”, para seguidamente mostrar flaqueza y sentarse a descansar junto a su hijo, mujer, nieta o amigo, que le está esperando.
Y así uno tras otro van saliendo y reencontrándose con quien más los quiere, es la unión de la fuerza, y de la esperanza, de los que luchan en primera línea y de los que confían, apoyan y amortiguan los malos momentos.
Entendí que la vida es frágil, que el cáncer es silencioso y agresivo, y que existen esperanzas.
Porque, aunque se llamen Carmen, Mónica, Víctor, Gerardo, mamá de Carmen, mamá de Lety, su verdadera identidad es los/las valientes.
Desde estas líneas de realidad, quiero mandar fuerza para seguir y valor para aguantar, no estáis solos, porque todos sois los héroes anónimos que les tocó luchar.
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