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Otra evocación de las Cartas de amor de la monja portuguesa

2 de Diciembre del 2022 - Ángel García Prieto

Después de unos años vuelvo a recordar que para viajar por el Alentejo va muy bien la recomendación de Miguel Torga, aquel médico trasmontano, otorrino, poeta, novelista y ensayista nominado en dos ocasiones para el Nobel de Literatura, que escribió: “Quien se hace a la mar, se prepara en tierra -dice el refrán-. Aplicando esa fórmula al Alentejo, nos tendremos que preparar para entrar dentro de él. Será necesario primero quebrar nuestra lente de horizontes pequeños, y ampliar después el compás con que habitualmente medimos el tamaño de lo que nos rodea”. El Alentejo es el amplísimo patio interior de Portugal, donde la intimidad del alma lusitana se ve luminosamente reflejada en el blanco de la cal, el amarillo de los campos de cereales y el verde de los olivos. Un rico patrimonio que se extiende sobre todo en la cuenca del Guadiana.

En esta geografía y ambiente se sitúa la ciudad de Beja -“reina de la llanura dorada”, le dicen- y allí destaca el Museu da Rainha, que en el siglo XVII era un monasterio, donde vivía Maria Alcoforado, una religiosa de quien algunos interesados propalaron ser la remitente de unas cartas que le llegaron a Noël Bouton de Chamilly, conde de Saint-Léger, un noble francés que había estado luchando como oficial de las tropas francesas que ayudaban a Portugal en su larga e intermitente Guerra de la Restauración (1640-1668) contra Felipe IV de España. Las misivas epistolares aparecen en un escandaloso libro titulado “Las cartas de amor de la monja portuguesa”, que un editor llamado Claude Barbin publica en Francia en el año 1669. “Las cartas” aparecieron sin firma, anónimas, porque en teoría nadie sabía quién las había escrito, aunque después de numerosas reediciones y la celebridad de la publicación acaba por hacer concluir, en 1810, que la autora es una monja llamada Mariana Alcoforado, religiosa de dicho convento de clarisas, que había nacido en Beja en 1640 y murió en 1722 en el mismo monasterio alentejano. El libro fue una sorpresa y tuvo éxito, para reeditarse desde entonces y llegar a considerarse una notable anécdota de la historia de la literatura, que se cita con frecuencia y que incluso en la actualidad se sigue publicando.

Personajes como Rousseau y Rilke ya se pronunciaron contra la hipótesis de esa autoría, el primero de esos escritores opinaba que las cartas habían sido escritas por un hombre; el poeta alemán, sin embargo, entendía que gran parte del contenido de los textos eran más cercanos al estilo de una marquesa de Sévigné que a los que pudiera haber escrito una joven alentejana, monja por demás.

A título de ejemplo, cito dos párrafos escogidos de “Las cartas”: “Recuerdo, a pesar de todo, haberte dicho alguna vez que me ibas a convertir en una desgraciada; pero eran temores que se desvanecían inmediatamente; me gozaba en sacrificarlos para ti y abandonarme de nuevo al retorcido hechizo de tus protestas. Conozco bien el remedio a mis males, y sé que solamente con dejarte de amar me vería libre de ellos. Pero ¡qué triste remedio!, mejor seguir sufriendo que olvidarte. Y, además, ¡ay de mí!, ¿acaso está en mi mano? Ni por un instante he pensado acusarme de ello. En el fondo, más lástima me das tú, porque es preferible estar penando tanto como yo que a disfrutar de los lánguidos placeres que tus amantes francesas te puedan proporcionar. No envidio en absoluto tu indiferencia, y me pareces digno de compasión. Te desafío a que me olvides por completo si puedes”, escribe en la segunda misiva.

Sumario: Nuevas lecturas de un libro de autoría incierta publicado en el siglo XVII y que aún se sigue editando

Destacado: Cuando visité hace unos veinte años el monasterio-museo, no se hacía énfasis en esos legendarios amores de la monja y el soldado

Y añade en la tercera: “¿Cómo es posible que con tanto caudal de amor no haya sido yo capaz de hacerte completamente feliz? Lo siento por ti, por los goces incalculables que te has perdido. ¿Cómo se explica que no te interesaran? Si los hubieras conocido, ¡ay!, te habrías dado cuenta sin duda de que son mucho más dulces que el mero logro de seducirme, y comprenderías que es algo mucho más conmovedor y más grande amar violentamente que ser amado”.

Con posterioridad otros autores, entre los que se citan a los profesores Raugent y Deloffre, defendieron la tesis de que estas cartas fueron un juego literario del secretario de cámara de Luis XIV, Gabriel Guilleragues, director de la “Gazette de France”, el cual aseguraba además que las cartas originales en portugués se habían perdido.

Más cerca de nosotros, la notable y premiada escritora española Carmen Martín Gaite afirma en el prólogo de la edición del año 2000 en el Círculo de Lectores de “Cartas de amor de la monja portuguesa”, que el verdadero autor fue Gabriel-Joseph de La Vergne, un poeta mediocre y que el editor Barbin supo aprovechar el efecto de escándalo al hacer pasar unos escritos suyos como correspondencia epistolar de una monja alentejana. Por otro lado, se presenta también, como argumento muy consistente a favor de la falsedad de la autoría de Mariana Alcoforado, la ausencia de los textos originales portugueses, buscados desde el principio de estos acontecimientos y no hallados nunca.

Cuando visité hace unos veinte años el monasterio-museo, no se hacía énfasis en esos legendarios amores de la monja y el soldado y recuerdo que estuve hablando un buen rato con el encargado y guía del museo, un hombre de mediana edad, amable, simpático, que hablaba un portugués fácil de entender, porque pronunciaba casi todas las sílabas y se acompañaba de palabras en español. Llegué a pensar que quizá los vecinos de Beja podrían tener motivos para no extender malentendidos sobre hechos que, si hubiesen sido ciertos, reflejarían que su paisana -el apellido Alcoforado, además, aparece en Beja dando nombre a una calle, algunos establecimientos comerciales y un restaurante muy céntrico- habría sido una monja frágil y por otro lado una desdeñable amante, que no salió nunca de detrás de la reja claustral.

A mí me pareció mejor pensar que, a la vista de estos datos, la realidad apunta hacia una religiosa de la que nadie pueda negar que fuese fiel a sus votos y de conducta coherente y ejemplar, pues, además, llegó a ser superiora del convento, en el que murió a la edad de 83 años. De modo que la historia de amor romántico de la monja alentejana hacia el oficial francés no pasó de ser una leyenda, en cambio la historia de fidelidad de Maria Alcoforado a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, sí que pudo ser bien cierta.

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