Dedícame una canción
Esta mañana volvía de hacer unos recados en el centro. Como todos los demás, ajetreada y absorta en mis pensamientos, comencé a escuchar de lejos la melodía de una canción en una de las calles más céntricas de Gijón. Ya con el alumbrado navideño inaugurado, creí por un momento que la voz provenía de un megáfono del propio Ayuntamiento. Como introducida en el cuento de “El Flautista de Hamelin”, mis pasos me llevaron hasta un chico de color apoyado en una farola que con su guitarra cantaba como los ángeles. Después de darle una propina, iba a seguir camino hacia casa, pero pensé que un regalo así no lo podía desperdiciar, con lo que me di la vuelta y en medio de la calle continué escuchándole. Pude observar cómo cada persona que pasaba le obsequiaba con dinero, retrocedía e incluso se paraba. Lo mejor de todo es que a cada una de las personas se les cambiaba la cara. Una mezcla de dulzura y esperanza en sus rostros transformaba los perfiles elegantemente hipócritas, avinagrados o preocupados de los viandantes. Y verdad es que “la música amansa a las fieras”. En el fondo de nuestra psique, todos queremos que nos dediquen una canción, aunque sea anónima.
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