Basta ya, arreglen esto
Después de cuatro semanas ingresado en el Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid, mi padre ha fallecido. Se ha ido el día de Santa Bárbara, patrona de los mineros. Había sido minero en el pozo Nicolasa durante muchos años y siempre se sintió minero. El destino tiene estas cosas. Hasta aquí nada diferente de lo que tantas personas ya han sufrido y por desgracia sufrirán en esta historia sin fin del ciclo de la vida. Soy, por tanto, hijo del carbón, como apunta en su excelente ensayo la escritora y periodista Noemí Sabugal. Así me siento. Por mis venas corre la reivindicación. Por eso este relato no es una emotiva despedida o un más que merecido homenaje. Por mi carácter esto lo reservo para la más absoluta intimidad. Es una denuncia. Durante el tiempo que ha permanecido ingresado han sucedido demasiadas situaciones desafortunadas y despropósitos, hasta culminar en el fatal desenlace. Me he enterado del fallecimiento cuando, como todos los días, le iba a dar la comida a las 13 horas. Entré en la habitación y su cama estaba vacía. Me lo ha dicho la hija del compañero de habitación. Había sucedido a las siete de la mañana. Nadie avisó, a pesar de disponer de dos teléfonos de contacto. Según se me ha informado, todo se ha debido a un “despiste” del médico de guardia, a quien le habían surgido otras urgencias y simplemente se olvidó. Nadie suplió su fallo. No hay segunda línea de contención. Fallan las personas y fallan los protocolos. Todos cometemos errores y nos equivocamos, pero lo que está sucediendo en distintos aspectos de la sanidad pública resulta inadmisible. Los médicos de la planta de medicina interna pasan visita cada día a lo largo de la mañana sin horario fijo. Tampoco lo hay para informar a la familia ni posibilidad de cita previa. Hay que pasar toda la mañana en el hospital para poder coincidir. Se olvidan de que el resto del mundo también tiene ocupaciones laborales y familiares. Al final, y tras varias quejas, se consiguió lo que inicialmente era imposible, contactar por teléfono. Todo depende de en manos de quién estás y de su calidad humana. Siempre he creído que ejercer la medicina implicaba algo más. No en vano, se trata con personas enfermas y familias preocupadas. Hace falta mucha empatía y profesionalidad y por supuesto más medios, pero sobre todo más personas. A pesar de todo también me he cruzado con algunas. Creo que es lo que mejor que se puede decir de alguien, que es una excelente persona, y por añadidura un magnífico profesional. Toda mi gratitud a Julia, Andrea y Daniel, enfermeras y enfermero de la planta por su amabilidad y competencia, y a cuantas personas han tenido un gesto amable y siempre una sonrisa para mi padre, como las personas que traían las comidas. Gracias también a Olegario, compañero de habitación, y a su hija Arancha por el cariño y las palabras de ánimo en un momento de tanta incredulidad. Espero que te recuperes lo antes posible y que se solucione definitivamente el lío de las biopsias. Mi padre era una persona a la que le gustaba hacer muy bien las cosas. Me inculcó muchas, pero por encima de todo ser buena persona y ser bueno en aquello que hiciera. En ello estamos todavía. Habría dicho que así no se hacen las cosas, hijo mío, así no. Yo solo puedo decir, basta ya, arreglen esto, por favor.
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