Bajo palio

26 de Noviembre del 2010 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

Una noche de estas, estando ya mi casa sosegada, cedí a uno de mis vicios casi ocultos y me arrellané en una butaca para darme una vuelta de voyeur por las teletertulias. La gira fue de corto recorrido, pues quedé enganchado en la primera entrada, viendo cómo achicharraban con fuego cruzado a dos de esos kamikaces que el Psoe envía a inmolarse en los frentes mediáticos. Espectáculo cruel y fascinante el de contemplar cómo esa especie de termitas-soldado colmatan la brecha del termitero con sus voluminosas cabezas blindadas de queratina, mientras aguantan estoicamente que el enemigo les devore el resto de sus cuerpos.

El tema de debate: los abucheos a Zapatero el Día de Las Fuerzas Armadas. Crimen, al parecer, de lesa majestad. El tribunal supremo de los EEUU había sentenciado que el quemar la bandera, lejos de ser un delito, era nada menos que el ejercicio supremo de la libertad de expresión. Así lo evocaba para el público uno de aquellos aguerridos kamikaces, transido de emoción liberal. Demasiado duro de mollera para ocurrírsele que, puestos a sentenciar machadas, con un whisky más aquellos jueces supremos podían haber sentenciado que un ejercicio todavía más supremo hubiera sido quemar al presidente de la Unión en vez de contentarse con quemar la bandera.

¿Pero a dónde nos llevaba nuestro valeroso hoplita por tan conspicuos vericuetos? A que el quemar la bandera o la foto del rey puede tener un pasar, pero abuchear al presidente del gobierno en un acto oficial era intolerable de toda intolerancia ¿Dónde entonces se le podría abuchear al presidente? En todas las demás ocasiones si te lo pide el cuerpo; por ejemplo, cuando te lo cruces en el parque del Retiro o coincidas con él en el ascensor o en un restaurante. Así de liberales son nuestros progres, sin necesidad de tomarse un whisky.

Que los abucheos se hubiesen producido durante el toque de oración, cuando se llamaba a orar por los caídos era indigno e indignante, gemía el otro kamikace o termita político-militar, con santa y superlativa indignación. Le cruza a uno los cables ver a estos cruzados del laicismo travestidos en tan piadosos guardianes de los espacios de oración; pero tampoco salen las cuentas conlos caídos. Los soldados del zapaterismo (que ya tienen prohibido a España servir hasta morir), como van a la paz y no a la guerra, si llegan a caer caen por un temporal o en accidente de tráfico, como cualquier administrativo camino del trabajo.

De los caídos en la guerra, la ortodoxia oficial lo tiene claro: de un lado, el golpe militar fascista; del otro, los defensores de la legalidad republicana. ¿Por quién llaman a oración los toques progresistas? ¿Por los golpistas? ¿Por los defensores de un régimen durante el cual la quema de iglesias y la matanza de curas llegó a ser un deporte nacional, por delante de los toros y la caza? (Se dio muerte a más religiosos que a jabalíes o a toros en aquella España). Y ojo con la retórica: quien habla de orar cuando la gente normal solemos decir rezar ¿no está confundiendo la cursilería con la devoción? Indicio (cosa más grave) de que la religión es el primer refugio de la hipocresía. Porque si de lo que en definitiva se trata es de proteger a Zapatero acogiéndose a sagrado, pues que lo saquen bajo palio. Hay precedentes.

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