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El grandioso y miserable poder de las palabras

14 de Diciembre del 2022 - Carmen González Casal

Me hicieron pensar las reflexiones de Juan Mayorga -premio "Princesa de Asturias" de las Letras- en su reciente intervención en el teatro Campoamor al recibir el galardón. Habló sobre el poder de las palabras, capaces de “darnos tanta felicidad y hacernos tanto daño”. Palabras que pueden “amenazar a una persona o enamorarla, unir un pueblo o dividirlo, declarar una guerra o detenerla”.

Quería pararme hoy en su grandeza y en su miseria, en su fuerza y en su debilidad, porque, aunque tengan término medio, pueden ser doblones de oro o dardos envenenados, que alimentamos en nuestra cabeza y custodiamos en nuestro corazón. Si la cabeza se mueve por la superficie, dispersa a veces, otras en bucle, sin argumentos ni principios sólidos, y el corazón acumula rencores, envidias y malquerencias, esas palabras -que no cuestan dinero, que están al alcance de cualquiera con uso de razón, que pronunciamos bajito, a la cara o a la espalda, que lanzamos a las ondas, compartimos en las redes o plasmamos en un papel -pueden herir y envenenar, adular y difamar; también prejuzgar o etiquetar en lugar de inspirar a lo mejor, construir, animar o consolar. Hay palabras inteligentes, directas, sinceras, reflexivas, nobles, templadas y valientes, aunque abunden las necias, las de doble sentido, las políticamente correctas, imprudentes, desleales, insultantes y cobardes.

Sumario: Reflexiones a hilo del discurso de Juan Mayorga en el acto de entrega de los premios "Princesa de Asturias"

Destacado: Conviene hablar con humildad de lo que sabemos y dominamos, pero ¿no será mejor callar cuando se trata de comentarios sin fundamento, dañinos en su mayoría cual flechas que se lanzan al tuntún sin saber dónde van a caer?

Con esto no estoy hablando de palabras monocordes porque la libertad y la diversidad son una de nuestras mayores riquezas. Es normal discrepar pero sin herir, sin prepotencia, con rigor argumental y respeto, aceptando la variedad de modos de ser, de actuar o de pensar. Palabras que respeten las creencias y opiniones, guarden una confidencia o callen un comentario irónico o mordaz, con frecuencia ladrón de la buena fama del que se ausenta de una reunión con conocidos.

Conviene hablar con humildad de lo que sabemos y dominamos, pero ¿no será mejor callar cuando se trata de comentarios sin fundamento, dañinos en su mayoría cual flechas que se lanzan al tuntún sin saber dónde van a caer? No es bueno sentenciar en causa ajena, emitiendo juicios infundados, temerarios, y menos hablar de oídas, sin datos fehacientes y probados.

Cuando las palabras conviven con el respeto y la verdad hay armonía y confianza en las familias, entre amigos, en los equipos o en los juegos. También en nuestras redes sociales, en las tertulias radiofónicas o en los hemiciclos, porque es en el uso de la palabra veraz, argumentada, serena, diversa… donde emerge la solución adecuada que suma y no divide, que dialoga y no impone, que sana y no hiere.

Sin embargo, las palabras a la espalda o irrespetuosas matan la confianza, incitan a la provocación y al insulto, hacen que se multipliquen los maltratos y se prodigue el acoso escolar o los escraches. Y con ello, las familias dejan de hablarse, los amigos se distancian, los pueblos se independizan, los políticos pierden crédito, la vida se ideologiza y el ambiente intoxica.

Termino como lo hace la escritora argentina Alicia Santi en su poema “El poder de las palabras”: La palabra es semilla, / germina en nuestra mente... / puede cumplir tus sueños / o dejarlos inertes.

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