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Necrológica: El silenc¡o de la fidelidad

7 de Noviembre del 2010 - Javier Gómez Cuesta

El viernes 29 de octubre, en este periódico de LA NUEVA ESPAÑA, se publicaba una esquela de este sacerdote, don Pío González Méndez, lucense de origen y que estuvo de párroco de la feligresía sierense de San Martín de Anes durante 28 años (1968-1996), hasta su jubilación en 1996, forzada por motivos de salud. Moría en la ciudad de Lugo a los 86 años de edad. Merece un recuerdo. Me dio la noticia su compañero de curso y de ordenación, José Luís Martínez. En seguida, al verla, me vino a esa memoria cordial que todos tenemos la imagen de aquel sacerdote alto, de modales sobrios y mirada serena, de hablar pausado que no había perdido su cadencia gallega y que me admiró por su deseo de incorporar en su estilo pastoral las orientaciones del Concilio Vaticano II. Recuerdo que fue Oscar Iturrioz, que en aquellos años setenta iba por las parroquias de Asturias sembrando espíritu conciliar, con el método hoacista, eficaz y comprometedor, de «ver, juzgar y actuar», el que me puso en contacto con él. Descubrí que en aquella casa rectoral, adosada a la iglesia, casi cartuja, había un sacerdote fiel, entregado a su feligresía dispersa por aquellos muchos barrios de la más extensa parroquia de Asturias. Allí reunía él a unos cuantos seglares, que colaboraban con entusiasmo en aquella etapa posconciliar tan creativa, algunos de ellos militantes del movimiento rural cristiano de la JACR, que tenía su epicentro en la parroquia cercana de Hevia, animado por Cristino y luego José María y que hizo despertar a la lucha de conquistas y derechos sociales a labradores y ganaderos asturianos. Esto es historia de una iglesia viva, imaginativa, que quería servir a las personas, que se sembraba en los pueblos, diversa pero unida por un mismo espíritu, con sobresaltos y algunos excesos, no apta para miedosos y conformistas.

D. Pío era oriundo de la zona de Fonsagrada, provincia de Lugo, pero que fue de la diócesis de Oviedo hasta la última reforma territorial eclesiástica de España, en el año 1954, en la que un número importante de diócesis ajustaron sus límites territoriales a los de las provincias civiles. La de Oviedo se extendía por un amplio territorio del norte de León y el suroeste de Galicia. Había nacido el 13 de enero de 1924, en el pueblo de Vilarxubín de la parroquia de Santa María de Trovo, en el municipio de Fonsagrada. Muchas y recias vocaciones salieron de las familias cristianas de aquellos pueblos, chavales serios, responsables, despejados y muy trabajadores, poco dados a los deportes y mucho a los libros. Llevaban marca de la tierra. Iniciaban la carrera con más años que los demás, como si las familias temiesen dejarlos venir más niños, por la lejanía geográfica y las enormes dificultades de comunicación. Don Pío vino con 15 años al seminario de Covadonga, pasando hambre y las penalidades propias de aquellos tiempos de carencias de la posguerra en Donlebún-Barres, Valdediós y finalizando sus estudios en el Prau-Picón de Oviedo en 1951, formando parte de una de las generaciones sacerdotales más numerosas y bien preparadas de la diócesis. Conocieron la geografía siguiendo los avatares de la 2.ª Guerra Mundial por los periódicos que les leían sus superiores. Recibió la ordenación el 10 de junio de 1951. El primer destino fue su tierra, en el concejo de Suarna, Santa María de Ballo, Santa María de Son y Folgueiras, a las que le añadirían en 1954 Villabol y San Agustín de Sena en Ibias. Allí estuvo diecisiete años recorriendo aquellos pueblos con la Lambreta o con el «6OO», viviendo su sacerdocio con fidelidad, sirviendo en todo lo que estuviera de su mano a las personas y sobresaliendo por su bondad. Era lo que se le pedía al sacerdote de aquellos años.

Quedando en la diócesis de Lugo cuando la reforma, pidió reintegrarse a la de Oviedo en la que estaba incardinado y, en 1968, le destinaron a San Martín de Anes y su filial de la Magdalena de Varé. Anes es la parroquia más extensa y dispersa de la diócesis, con una población de poco más de mil habitantes repartidos en numerosas aldeas y caserías. No me extraña que tenga por patrón a San Martín porque a caballo había que andarla. Aquí estuvo hasta que su salud se lo permitió. Aquejado de dolencia cardiaca, tenía miedo a vivir solo como suele suceder a la mayor parte de los sacerdotes y tener que atender a una feligresía de gente buena, pero que exige desplazarse con mucha frecuencia de un lugar a otro. Mientras estuvo, podemos decir que su nota más sobresaliente fue su fidelidad, su entrega esmerada, su liturgia cuidada, su silencio observante y preocupado por cumplir con su ministerio, su temperamento templado y su amabilidad exquisita. Fue otro de los adictos a la formación permanente. Recuerdo cuando apareció por la vicaría para comunicar con humildad que no podía más, que había hecho, mejor o peor, lo que había podido. Tuvo gran aprecio a los amigos. Se retiró a vivir junto a sus familiares en la ciudad de Lugo. Solía venir por Gijón donde tiene familiares y amigos y acudía a San Pedro a celebrar la misa. La última vez que le vi fue el verano pasado. Aparentemente se conservaba bien, pero la enfermedad estaba dentro. Con cierta añoranza va viendo uno cómo se van talando los árboles de aquel bosque sacerdotal que pobló esta diócesis y con qué dificultad van prendiendo y creciendo otros nuevos. Pío fue ese servidor fiel a quien el Señor al verlo le habrá dicho: «Servidor bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor».

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