Falta de cortesía
En mi ya lejana infancia se daba en las escuelas aquello que pomposamente se llamaba «reglas de urbanidad» y era una asignatura obligatoria en todas ellas. Y aquello caló hondo en todos nosotros. Pero con el paso del tiempo comprobamos que todo está estudiado, se quedó arrinconado y hoy predominan, a casi todos los niveles sociales, una deficiente educación, un lenguaje ordinario y hasta en ocasiones grosero.
Por poner un ejemplo, el alcalde de una gran ciudad española (ginecólogo, para más inri) sin ninguna razón aparente y sin venir a cuento, injuria a una joven recientemente nombrada ministra y por extensión, a todas las mujeres. Y según parece, su propio jefe político lo apoya vía SMS; todo un ejercicio de cortesía institucional. No es que uno sea un caprichoso de lo políticamente correcto, no, pero hay que admitir que, entre resaltables extremos, siempre debe existir el término medio para todo. Ciertamente, se echa en falta la sencillez de exposición, bastante cortesía y un marcado sentido común.
Por otra parte, hay un escritor, al que admiro muchísimo, tanto como articulista semanal como por sus novelas rebosantes de acción imaginativa y con estilo sobresaliente (académico por más señas); lo último que he leído de él, y que me enganchó por algún tiempo, fue su última publicación, a pesar de los reparos que tengo sobre eso que se da en llamar novela histórica. Pues bien, ese autor de bien ganado prestigio y que vende fácilmente todo lo que produce hace unos días lanzó su más granada artillería sin florituras ni eufemismos, contra un ministro que cesaba y que, a modo de un resucitado Boabdil «el Chico», lloró por la Alhambra que acababa de perder.
Particularmente, pienso que el académico y escritor en cuestión no necesita de ningún exceso verbal para mantener su fama y popularidad y, además, la sacrosanta libertad de expresión tiene perceptibles límites que siempre deben ser respetados.
Al mismo tiempo, otro reconocido escritor, producto de auténtica incontinencia verbal, alardeó públicamente sin recato ni reparo alguno, haber mantenido relaciones sexuales con dos niñas japonesas de solamente 13 años de edad. Lamentable.
A juzgar por ello, todo esto nos lleva a pensar que en una época y en un país que las agresivas alusiones personales indican haberse adueñado de la vida pública. Habría pues que elevar el tono del discurso más que la voz y con frecuencia tener presente lo que un primer ministro italiano en su día dijo de su país: «manca finezza», falta refinamiento. Y hoy, en la España del momento, podría añadirse: delicadeza y hasta educación pública.
Exactamente, todas aquellas juiciosas y sensatas reglas de urbanidad que contenían los libros de mi niñez.
José Antonio Gutiérrez Glez.
Piedras Blancas
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