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Se nos acaban los adjetivos

2 de Enero del 2023 - José María W. Gómez (Gijón)

La despedida de un año tan turbulento como el que acaba de terminar es dramática: oficialmente -serán más en realidad-, cuarenta y nueve mujeres muertas víctimas de violencia de género/violencia machista, asesinadas, cualquier palabra que digamos no es suficiente para describir el terror de las víctimas al verse agredidas -la mayoría de las veces- por una persona cercana con la que en algún momento tuvo una relación afectiva o al menos amable.

Se nos acaban los adjetivos y no encontramos la fórmula/solución a esta pandemia incomprensible en un Estado moderno y civilizado. Creo que es el síntoma de una sociedad crispada por situaciones múltiples que hacen perder la razón a determinados varones que no encuentran salida a su locura. Pero también es la consecuencia de la falta de educación en la tolerancia a todos los niveles, del respeto al diferente porque sea de color o tenga otra tendencia sexual y de aceptar que la mujer no es propiedad privada sino de otro ser humano a tu misma altura, con libertad de movimientos y criterio propio.

No digo que el asesinato de mujeres no tenga connotaciones específicas del concepto de macho supremo que lleva los pantalones, de ordeno y tú obedeces, pero está contaminado por un mensaje transversal de sentido de la propiedad con alambrada de lo que está bajo el mismo techo, de lo que cogiste un día como si fuera tuyo pero en realidad no te pertenece.

Si no se implica toda la sociedad: padres, educadores, medios de comunicación -los mensajes son fundamentales-, amistades, vecindario, fuerzas del orden, jueces, políticos -ninguna concesión al "negacionismo"-, la batalla está perdida. Las cifras pueden bajar, pero siempre habrá un caso, suficiente para sentirse fracasado.

Tengo la sensación -ojalá me equivoque- de que no existe todavía el suficiente nivel de preocupación o al menos de responsabilidad comunitaria de que estamos ante hechos muy graves, salvo cuando nos toca de cerca. La privacidad de los hogares, las familias, las personas no puede estar por encima de la denuncia por un indicio de maltrato tanto a menores como a adultos. Es preferible pecar de intromisión antes que de inacción ante evidencias claras.

Y por muchas leyes que se mejoren para penalizar estas conductas execrables, hace falta cumplir una ley primaria de convivencia: el respeto absoluto al semejante, hombre o mujer, con su diferente opinión y derecho a manifestarlo tanto en público como en privado.

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