La gravísima advertencia que nos hace Juan de Lillo
Se te amontonan los comentarios y balbuceas nervioso: “Eso, eso”, mientras lees el artículo de Juan de Lillo denunciando el golpe de Estado continuado que está sufriendo España. Puesto a comentar algo, llegarías a reproducir íntegramente el artículo, pues no hay párrafo que no lo merezca y no hay denuncia más cierta que las que él descarga. Haré un esfuerzo para no reproducir más que tres frases que me han dejado más que preocupado: “España no soportaría un nuevo mandato de la secta escindida del PSOE”, “¿Cuál va a ser el desenlace de esta aberración que vivimos?” y “Tengo una morbosa curiosidad por conocer hasta dónde llega nuestra estupidez”. Tres frases tan oportunas como aterradoras, que ponen ante nuestros ojos la posibilidad de que un totalitarismo bananero esté al acecho a la vuelta de la esquina. Desgraciadamente, no sé cómo podría tranquilizar a Juan, pues, como él mismo dice, la palabrería siempre la manejaron ellos mejor que nadie, y “prefiero que roben los míos” es la única ideología de tanto estúpido. Quizá la única esperanza esté en que Tezanos siga dando ganador al dictador en ciernes.
No puedo soportar que PNV y Bildu decidan los impuestos que pagamos el resto de los españoles, mientras ellos gozan de sus privilegios. Como en tantas otras leyes recientes, sus votos han sido decisivos para la última modificación importante que ha introducido Sánchez en la legislación tributaria: cuando vendamos o heredemos nuestras casas ya no tributaremos sobre el valor “real” de los inmuebles, como desde tiempo inmemorial han establecido las leyes. Esa palabra ha sido eliminada y ha sido sustituida por el valor “determinado” por la Administración, contra el que será difícil pelear. “Muerto el perro, se acabó la rabia”, pensó Sánchez, harto ya de que los tribunales se metieran en sus asuntos. Quizás esa decisión simbolice muy bien el camino totalitario que hemos iniciado, la legislación por decreto disfrazado de ley con el apoyo de comunistas, terroristas e independentistas, un vaciado más de las alforjas que hace cuarenta años habíamos llenado de ilusión y de esperanza, como Juan de Lillo nos recuerda.
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