¡Por la paz, por tantos pequeños gestos de paz!
En mis recientes felicitaciones navideñas y en los distintos brindis en torno al primer día de este año 2023, de manera plenamente consciente, deseé la paz. Como el saludo de los ángeles a los pastores en la Nochebuena: “Paz a los hombres de buena voluntad”. ¡Que no nos falte la paz en toda la extensión de la palabra! Que se paren las luchas armadas en un país o entre unos cuantos, que haya armonía entre las personas, que disfrutemos de ese estado donde nada nos perturba o inquieta. Que haya paz en los pueblos, en las familias, en los vecindarios, en los hemiciclos, en los estadios, en las agrupaciones del tipo que sean. Que reinen los acuerdos, las alianzas, los pactos, la concordia, lo que une frente a lo que separa; que prevalezca el bien común frente al individual o partidista.
Al tiempo que alzaba la copa o lanzaba el deseo era también muy consciente —y lo sigo siendo— de la dificultad que entraña mi petición. La paz no es fácil. En primer lugar, porque los mortales no somos perfectos, cometemos errores, somos vulnerables y con frecuencia nos equivocamos. A esa imperfección se une la complejidad del ser humano, porque el corazón tiene sus recovecos, las resonancias de los mismos hechos se sienten de distinta manera en unos y otros, de tal forma que soberbia y orgullo herido pueden competir en lid, y el conflicto llega a instalarse en la sístole y diástole de cada corazón. Es lo que hay. Lo importante es identificarlo para luego enderezarlo.
Como en casi todo, la gran batalla de la paz empieza en el interior de cada persona y se gana cuando, como consecuencia de estar en paz con uno mismo, conseguimos sembrar semillas de paz a nuestro alrededor. “No hay camino para la paz, la paz es el camino”, decía Gandhi, y ese camino resulta andadero cuando cada cual derrocha a su paso respeto, comprensión, perdón, paciencia, amabilidad, humildad, dominio… Virtudes que no nos hablan de indiferencia o de dejación, sino de todo lo contrario. Virtudes que tampoco se improvisan, porque se enraízan en la persona desde la niñez, y nos hacen fuertes y maleables como el hierro, el acero o el cobre, que, siendo duros, pueden deformarse mediante descomprensión sin sufrir fracturas.
Otra gigante de la paz, Teresa de Calcuta, nos regala un consejo muy sencillo, asequible: “La paz comienza con una sonrisa”, aunque a veces ese camino del que venimos hablando sea pindio o se haga cuesta arriba.
Sumario: Un brindis por el nuevo año
Destacado: La gran batalla de la paz empieza en el interior de cada persona y se gana cuando, como consecuencia de estar en paz con uno mismo, conseguimos sembrar semillas de paz a nuestro alrededor
OJO: Pide poner la foto que sale más a menudo, que es una de ella sosteniendo una tableta
Termino. En este año que acaba de arrancar, brindo por esas pequeñas obras de paz, por esos gestos al alcance de cualquiera, que nos vienen tan bien porque nos ayudan a hacer músculo en esta cualidad que nos hace tanta falta. Y lo hago con las palabras de otro hombre de paz, Giovanni di Pietro Bernardone —más conocido como Francisco de Asís—: “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. / Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. / Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. / Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión”. ¡Alzo la copa y brindo por todo ello!
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