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Castropol, una historia que caduca

16 de Noviembre del 2010 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Buenos días a la llegada para después esperar, observando el turno, con mi saco de saco, con cinco personas situadas delante de mí adquiriendo diversos productos: comestibles unas, artículos de ferretería otras y depositando la quiniela futbolística, de una sola apuesta, un señor larguirucho y calvo. Llega mi turno y dirigiéndome a Alejandro padre que me requiere, le digo: –Alejandro, quería un libro de cuentos del Capitán Trueno y un sobre sorpresa. Para compensar la deuda le entrego un billete de 2 pesetas del que me devuelve 0,50 (dos reales). Previamente a esta operación le había entregado un saco con 8 kg. de hermosos guisantes, con sus vainas verdes, cultivados por mi madre en el huerto de la casa. El producto de los mismos, por ser principios de temporada y no haber exceso de oferta, 24 pesetas. De ese importe de la venta yo maquilaba un 8%, épocas de abundancia.

Al terminar mis transacciones en la tienda observé que ya tenía detrás, esperando, cinco o seis clientes más, conversando alegremente unos con otros y transmitiendo, por el vis a vis, la nueva de que había sido secuestrado el Santa María en Portugal por un tal Galvau. Ante tanta afluencia de clientes, la labor de Alejandro como tendero era reforzada por su esposa en los trabajos de compraventa.

Al domingo volvíamos en grupo los niños de Barres al cine, si estaba etiquetada la película como tolerada menores pasábamos a la sala previo pago de 2 pesetas. El acomodador, manejador de la cámara de cine, cómo no, también era Alejandro, ayudado por su esposa y, en épocas de vacaciones escolares, por alguno de sus tres hijos.

Todas estas relaciones sociales nos enseñaban a los niños de entonces la forma de ver la vida en directo (como el mejor de los máster de hoy) escogiendo y quedándonos, inconscientemente, con lo mejor de cada cosa de las que vivíamos y observábamos, para desenvolvernos en un futuro próximo preparados, junto con la enseñanza escolar, con la responsabilidad de la vida.

El conjunto de amplia tienda de pueblo y cine era el «modus vivendi» de esta familia y un impulso económico para la villa y la economía de la zona que, con muchos negocios más como estos y similares (talleres de costura, fraguas, carpinterías, panaderías y otros que, por extensión, formaban parte del tejido económico extendido, de esa forma, en todo el territorio nacional (pymes de hoy).

Hoy, después de tantos años de trabajo el hijo varón de Alejandro, también llamado Alejandro (Alejandrito), llega a la edad de jubilación y echa el cerrojo a la puerta mermando, de esta forma, la mínima actividad económica del pueblo.

A pesar de vivir, hasta la fecha de cierre, para el negocio, Alejandro dice que es muy duro estar al frente de una tienda, abierta al público de sol a sol, con márgenes económicos muy reducidos y solo para ir tirando.

Con este cierre quedan abiertos 6 establecimientos en el pueblo de los 14 que funcionaban a tope hasta 1987, fecha de la apertura del Puente de los Santos y que hace que nos siga aún hoy llevando, prácticamente y gota a gota, toda la economía productiva a la cercana Galicia, distante hoy a 3 km y cinco minutos frente a los casi 30 km y 35 minutos de antes de esa fecha.

Consecuencia de tal construcción también desapareció el servicio diario de lanchas (barcaxe) entre el triángulo Figueras, Castropol y Ribadeo).

Lo más preocupante es que no surgen sucesiones para trabajar en estos negocios; ni familiares ni ajenas. Seguiremos esperando que las cosas se arreglen solas y, mientras tanto, que nos siga cayendo el maná social, maná que, muchas veces, nos anima a seguir de brazos caídos en vez de que nos empuje la necesidad a ser emprendedores y buscarnos la vida.

Salud para disfrutar de esa merecida jubilación, Alejandrito.

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