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Cuestión de principios

17 de Noviembre del 2010 - Pablo Lisbona Lescún (Langreo (Asturias))

¡Hola! decía un niño que, como diría la gente por estos lares, «esti robil apenes levanta un palmu del suelu...». No sabía casi tenerse en pie y ya «charraba como un paisanín». Daba lo mismo que se cruzase con un anciano, niño o quien sea, conocido o desconocido, daba lo mismo, pues el chiquillo ya apuntaba maneras por aquellos años y además de saludar convenientemente también le daba de vez en cuando alguna patadita al diccionario.

Pues bien, aquel niño era un servidor y mi santa madre me explicó aquello de «Hijo, no a todo el mundo se le puede saludar... sólo a aquellos que conoces o cuando entres en un sitio público y haya alguna persona dentro...». En fin, clases de civismo maternales por llamarlo de alguna manera.

Hoy día y hecho un hombre, casero como diría mi abuela, pienso:

Mamá, y... ¿qué hay de malo?, no ha muchos años la gente se saludaba por las calles y no pasaba nada, se era cordial y no te señalaban con el dedo por serlo, pero hoy... ¡Dios! la cosa ha cambiado mucho y parece que se está perdiendo algo tan humano como decir hola al prójimo. Porque, señores, hemos de recordar que lo que nos diferencia de los animales, aparte del raciocinio, es que podemos hablar, ¡ah! Y por supuesto, no nos olisqueamos el trasero.

Para muestra un botón, el otro día me propuse hacer deporte y me acerqué al polideportivo, ya en el vestuario y estando solo, una persona entra, pasa por delante de mis narices, me mira, yo le miro y le digo... ¡hola! Aquel hombre, padre de familia, afirmaría con seguridad, se giró como si al respeto le hubiese faltado y me balbuceo «him» o algo así que a día de hoy no he conseguido descifrar.

Ustedes no saben lo mal que me sentí, tal parecía que al entrar se hubiese encontrado con un perro (bueno, rectifico, si se hubiese encontrado con un perro seguro que se habría acercado y cariñosamente me acariciaría la cabecita); más bien un mueble o cualquier electrodoméstico común.

¡Ay, papá! Qué razón tenías cuando me dijiste: «Hoy en la cochera me crucé con un joven y le tuve casi que imponer que me dijese hola... qué falta de educación», y añadiste: «... ese es un extraño», no extraño de desconocido, sino extraño de fuera de lo normal.

Con esto quiero decir: ¿dónde están los buenos modales? No hace falta que vayan por la calle inclinando la cabeza y tocándose el sombrero, como en el siglo XVIII, pero un mínimo de educación o más bien socialización (no en lo técnico del término, sino en ser más sociables)... ¡que no cuesta tanto trabajo! Con seguridad seremos más felices y sobre todo más «cool» como se dice hoy día, es que manda narices que la denominada «Revista para el hombre de hoy» dedique un suplemento titulado «Consejos para ser más cool» y el primero sea.

1º. Sé cordial con los que te rodean, sonríe y saluda siempre. Empatiza con tu entorno.

¡Madre mía! ¿Y para esto hace falta una revista? A dónde vamos a llegar.

En fin, como me enseñaron, ¡hasta luego!

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