Sal y levadura
El mismo Freud decía que no conocía bálsamo psicoanalítico más eficaz y poderoso que unas cuantas palabras amables, gratas y bien dichas. Hoy, el mundo de la imagen domina tal vez sobre el de la palabra, gestación interesante del pensamiento y el lenguaje domeñados con soltura, de andar sin prisas ni sobresaltos de rueda de hámster. Lo icónico impacta, eclipsa, y no cabe bizantina discusión. La gente se postra ante el fútbol retransmitido, las series o los cuerpos tuneados celestes. Es muy importante ser ameno y cautivador, si se puede. Pero lo de ser divertido a toda costa se lo dejo a humoristas profesionales un tanto chuscos, que subliman su negrura biliosa, mendigando del respetable la carcajada rotunda y hasta cruel. El humor nos ayuda a vivir mejor y a aligerar la vida. Amenos, cautivadores, creadores de atmósferas muy gratas y relajadas, distendidas y alegres, siempre. Pero sin caer, de pleno, en lo facilón y vulgarote. Aunque se admite el humor socarrón. Umberto Eco habló de "apocalípticos" o" integrados" en una sociedad de muchedumbres solitarias (Riesman), que hace tiempo, por razones comerciales, han perdido la conexión con todo angelismo seráfico y belleza del alma. Es llamativa la atracción de nuestra cultura por el mal banal, encamado en ciertos personajes seductores como Hannibal Lecter ("El silencio de los corderos") y una larga retahíla de psicópatas, mitad atroces monstruos, mitad tiernos burlones.
El bien no vende. Pero la gente sigue siendo honrada, cumplidora, de buenas virtudes e intenciones, exacta y con buen corazón. No todo está perdido. A pesar de que confundimos el pleno madurar de una vez por todas con la asesina resignación de perder todo ideal que no retribuya inmediatamente. Sobre todo agachando la cabeza y plegándonos a la epidemia gélida de "tipos duros distantes", a la creencia de que no se puede hacer nada para cambiar nada, de que el ser humano común no puede hacer que su voz sea oída. La democracia de calidad es un concepto superior, respecto a descarados tejemanejes de los partidos y al triunfo soberano del ciudadano ilota o apático integral, incívico. Depositamos creencias en lo tecnolátrico, en solo lo eficaz y símbolo de bienestar, placer, solipsista confort. La inteligencia artificial es avance fascinante, pero la era digital puede conllevar exclusión financiera, violación de Derechos Humanos, control absoluto y totalitarismo. Lo bueno y dador de felicidad no venal siguen siendo las relaciones humanizadas cálidas, la familia, ámbitos personalizados donde realizarse. Cada día se descubre algún cadáver descompuesto de alguien que llevaba varios meses muerto en un bloque de pisos sin alma y nadie le había echado de menos. La soledad y el abandono de vulnerables y ancianos es brutal. La pérdida de valores cercanos, también. No está nunca de más apreciar la primacía de un principio espiritualista en la persona. Aviso a navegantes: deshacernos de un plumazo de la tradición humanista de Occidente es letal.
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