Lo siento

29 de Enero del 2023 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Como prácticamente todos los días, después de desayunar abro la prensa deportiva en la tele para ver qué cuenta del Madrid. Siempre aparece en ella alguna noticia que nada tiene que ver con el deporte y que, generalmente, paso por alto; excepcionalmente hay alguna que abro. El titular de hoy, la fotografía con los dos coches calcinados y la identificación de las víctimas del accidente, me ha llevado a abrirla.

Siendo más específico, lo que realmente me ha llevado a abrirla ha sido lo que he nombrado en último lugar, la identificación de las víctimas, porque, en ciertos aspectos, soy un ser humano normal y en los accidentes de más terribles consecuencias, las víctimas que no están identificadas son menos víctimas y menos terrible es el accidente que las ha causado. El de hoy ponía nombre y hasta circunstancias personales, nada lo hacía menos terrible y doloroso.

Después de leerla, tomé conciencia un rato más tarde, de que, inconscientemente, apagué la tele sin más y me quedé ensimismado en el sillón.

Solo existe un único soporte para que todo pueda existir: la vida.

Sin ella nada existiría, porque nada habría que tuviera consciencia de ello. Y, para tener consciencia, imprescindible la inteligencia y, según dicen (yo no me lo creo), la única especie inteligente (relativamente para mí), el ser humano.

El ser humano, depositario, a un tiempo, de las mayores virtudes y las mayores depravaciones, de las más deslumbrantes ideas y descubrimientos, y de las más ridículas reflexiones y conclusiones.

Entre estas últimas reflexiones y conclusiones, que bien pensado no lo son tanto, hoy, como siempre que soy conmovido por una noticia como la que acabo de ver, me atrapa la misma idea: Dios. Y durante un rato en mi cerebro se produce un atasco del que me cuesta salir. No puedo pensar, porque lo he pensado tantas veces que resultaría reiterativa cualquier cosa que pensara y eso es lo que me atasca, que, ante la idea de no tener nada nuevo que pensar, no puedo pensar nada.

Lo que al final me desatascó fue el recuerdo de una señora amiga de mi mujer que conocí. La señora era cristiana, creyente y practicante desde el primer segundo que fue engendrada, pues ya su madre lo era y, al igual que ella, no faltaba a la misa de todos los domingos y fiestas de guardar.

La señora perdió a su nieto en un accidente de tráfico en el que un coche, manejado por un conductor culpable, se llevó por delante la moto que su nieto conducía. Nunca volvió a entrar en una iglesia, ni siquiera para un acto protocolar de pésame como puede ser un funeral.

Evidentemente, la señora asumió uno de dos pensamientos, o Dios no existía o, en caso de que existiera, eso de que era la omnipotente bondad e inteligencia supremas no pasaba de ser una falacia escondida bajo el miedo del ser humano a su desaparición definitiva.

Terrible conclusión que, en absoluto, deseo para quienes han perdido a sus seres queridos en el accidente que menciono. Aunque no va a llegarles, mi sincero y sentido pésame para ellos.

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