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2023, doce capítulos en blanco

30 de Enero del 2023 - Carmen González Casal

Tempus fugit, decían los clásicos. Y así es, ¡vuela! Hace nada brindábamos por el nuevo año y ya se ha esfumado enero. De los doce capítulos en blanco de esta biografía personal titulada 2023 ya hemos escrito el primero. Algunos lo habrán hecho con trazos firmes, iniciando una bonita historia llena de emoción, aunque para los más, rutinaria y monótona; en otros, los rasgos de su escritura han sido débiles o titubeantes, acaso con tachones o faltas de ortografía, y más de uno lo habrá dejado sin terminar porque la parca le sorprendió mientras lo emborronaba.

Por delante nos quedan once capítulos que escribiremos al compás de dos diapasones: el que marca el ritmo de los acontecimientos, lo que sucede en el día a día —la mayoría de las veces previsible, pero tan inesperado a veces que nos pilla desprevenidos—, y la cadencia de nuestras elecciones, de nuestras decisiones libérrimas, aunque no por ello menos responsables, porque todo lo que hacemos, decimos, elegimos, resolvemos… tiene sus consecuencias: buenas o malas, pocas veces indiferentes, que nos hacen crecer como gigantes o nos empequeñecen como pigmeos.

SUMARIO: Breve reflexión sobre el paso del tiempo y la manera en que cada uno lo agota

DESTACADO: La esencia de una vida plena está en el ser sobre el tener: ser buena persona, buen padre o madre, hijo o hija, ser buen amigo, vecino o ciudadano y por tanto, ¡buena gente!

El pegamento que une las hojas de esta biografía, que cose una a otra sin solución de continuidad, es el tiempo: ese maravilloso regalo que a todos se nos reparte y que, a medida que avanza, más se nos escapa de las manos… «Parece que fue ayer» —oímos o decimos con aspavientos— «y han pasado treinta años».

Mario Benedetti necesitaba ese tiempo «que otros dejan abandonado / porque les sobra o ya no saben / qué hacer con él». Quizás porque el paso de los meses nos recuerda, como al gran Quevedo, la propia caducidad de la vida: «Fue sueño ayer, mañana será tierra: / poco antes nada, y poco después humo». Aunque en nuestro siglo —que no de oro pero sí de transhumanismo y de metaverso— el hombre sea como un dios, dominador de todo, como si nunca hubiese final. Final que acaba llegando porque, a pesar de tantos avances necesarios, aquí no queda nadie.

No pretendo caer en la nostalgia o el pesimismo que conducen a ninguna parte, pero sí mostrar lo que está por venir con el realismo de quien mira la vida de frente, con verdad, aprovechando al máximo el tiempo, disfrutando del momento que se zambulle en una vida con sentido, con norte, con meta, con la «alegría de vivir / sintiéndose vivido», como tan bien canta Salinas en "La voz a ti debida". Porque hoy en día, muchos corren pero sin rumbo, sin horizontes, sin brújula… como esos turistas que disparan fotos y hacen colas sin saber lo que tienen delante, simplemente porque hay que moverse, huir de los sinsabores del presente o aparentar, estando a una altura que acaba por aburrirnos.

La esencia de una vida plena está en el ser sobre el tener. Ser buena persona, buen padre o madre, hijo o hija, ser buen amigo, vecino o ciudadano… y por tanto, ¡buena gente!: honrada, trabajadora, responsable, justa, optimista, afable, veraz, que además vive no mirando a su ombligo, sino en función de los demás, de sus necesidades, porque los robinsones solo existen en la ficción y quien vive sin practicar su dimensión de servicio se condena, tarde o temprano, a la soledad. Lo expresaba no hace mucho el Papa Francisco con estas palabras: «Nos privamos de los bienes y recibimos en cambio el gozo del verdadero bien; nos liberamos de la esclavitud de las cosas y ganamos la libertad del servicio por amor; renunciamos a poseer y conseguimos la alegría de dar. Lo que Jesús decía: “Hay más alegría en dar que en recibir”».

Tenemos once capítulos por delante, cada hoja en blanco, cada día de estos 334 nos depara una oportunidad.

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