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Los mocasines del pescador

16 de Noviembre del 2010 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

Si el Papa vino a España a traer luz, en lo que me concierne me deja envuelto en una confusión inextricable. Había dicho el Papa en el avión que le traía que se estaban produciendo aquí brotes de un anticlericalismo radical, como en los años treinta. El diagnóstico papal cayó como el rayo en una santabárbara. Los anticlericales radicales esperaban que el Santo Padre vendría a ofrecer la otra mejilla como manda el Evangelio y se encontraron con un Papa respondón. Intolerable. Don Gregorio Peces-Barba, el más posado de los siete padres de la Constitución, se arrimó al hombro de Gabilondo en la noche de la Cuatro para sentenciar muy solemne que las palabras del Papa eran in-de-cen-tes. El tono estaba dado; ya podía arrancar el orfeón.

¿No hay sin embargo en la algazara un reconocimiento implícito de que el de los años treinta fue un anticlericalismo radical? Por algo se empieza. Pero la versión oficial hoy en vigor enseña que aquellas persecuciones fueron una especie de correctivo que la Iglesia se había ganado a pulso; todavía se oyen a diario voces reclamando que pida perdón por lo de entonces; como si debiera mostrarse agradecida de que los matones no la hubiesen rematado. Ahora mismo el degüello de cristianos por decenas a mano de musulmanes no suscita emoción en una opinión pública progresistamente anestesiada, mientras pagamos entrada para llorar por Aspasia después de que el Ministerio de Cultura le haya echado una mano a Amenábar para montar el velatorio.

Cuando el arzobispo de Santiago se preguntaba dónde iba a meter a tanta gente cuando viniera el Papa, alguien le recomendó desde la LA NUEVA ESPAÑA el ferial del ganado como el lugar más idóneo para aparcar al católico rebaño. Ningún periodista se arriesgaría a tratar de esa manera a la afición del Sporting o del Real Oviedo; en cambio, hacer guasa de los creyentes, lejos de entrañar riesgo, pasa por mérito.

Los meritantes en LA NUEVA ESPAÑA del pasado viernes (12.11.10) son dos plumas de postín. Matías Vallés concentra en su sección una antología del comedimiento: El Papa insulta a los nativos, opinión delirante caro Papa, injerencia papal, Pontífice napoleónico, no tiene que combatir el anticlericalismo, sino la indiferencia. El cliente a veces tiene razón, remata. Y en efecto, si en España, como en El Corte Inglés, el cliente tuviera siempre razón, ya le estarían devolviendo la parte alícuota de las facturas del viaje papal a un Sr. Vallés al parecer indiferente, pero ni pizca de anticlerical.

En la página 31 es Carmen Gómez Ojea la que, en una Mezclilla de vitriolo, le pone las peras al cuarto a este Santo Padre de los papistas que vino a reñir a la ciudadanía de un Estado aconfesional. Pero qué se podía esperar de él que calza no la sandalia de San Pedro, sino zapatos rojos de trescientos euros por pie. 600 euros el par. No nos daría Carmen la cifra exacta si no la conociera de muy buena tinta, pues sabe muy bien que con las cosas de creer hay que andar con pies de plomo. Conoce incluso el número que calza el Papa, pero entiende con buen criterio que ese es un dato de la vida privada que no se debe mezclar ni en una Mezclilla.

El Papa debió de ver esos mocasines en un escaparate de la Via de la Conziliazione. Preciosos. Entró y preguntó el precio. Trescientos, Santidad. Cuando cayó en la cuenta de que eran 300 por cada pie ya tenía el tique en la mano (los Papas no son infalibles en estas cosas de andar por casa); demasiado tarde para volverse atrás. Y allá va el pobre Papa, ta-ca-tá, arrastrando trescientos de vellón en cada pie. El escándalo estaba servido porque en política y en pastoral son tan importantes las formas como los contenidos. De poco valdrá ya que la Santa Sede salga diciendo que los mocasines salieron más baratos porque en el Vaticano no se paga IVA, o que el Papa los compró en unas rebajas, o que son un regalo de Musolini de cuando el Tratado de Letrán.

Aunque tampoco faltará quien piense que imaginar al sucesor de Pedro en sandalias, con una mazo de llaves en la mano y entrando en burro en Barcelona es tanto como confundir a la Iglesia con un parque temático. Pero si en algo se equivoca el Papa (con perdón) es al equiparar el radicalismo de ahora con el de los años treinta, cuando a lo que más se parece es al anticlericalismo masónico y de casino del siglo XIX. Además de radical, es modernísima la anticlerecía nacional.

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