Juan Velarde Fuertes
Días atrás, en mi visita a Salas a rezar ante la tumba del obispo Valdés, fundador de la Universidad de Oviedo, me acordé de otro insigne salense: don Juan Velarde, que acaba de fallecer a los 95 cargado de años, méritos y de virtudes. Fue un prócer de nuestro Tribunal de Cuentas, adalid del avance económico de España.
A la sazón, me dirigí a una librería donde compraba sus libros. La hallé cerrada. Hundióse el negocio, nos estamos quedando sin papel.
McLuhan le está ganando la partida a Gutenberg.
Mas, non vos preocupar, que diría un gallego. A mí el profesor Velarde me recuerda aquellos cuadernillos que publicaba en “Arriba” los domingos, que leía con avidez.
De economía no sabía ni papa, soy de letras, pero me gustaban aquellas parrafadas de don Juan refiriéndose al ahorro del gasto público, la mejora de las carreteras, el pleno empleo y demás.
También hablaba de sus desplazamientos por carretera a la Villa del Inquisidor, que duraban casi diez horas desde Madrid. Había que ir por La Espina, y él se bajaba en Cangas del Narcea, entraba en una pastelería y cargaba casiadielles y enfiladas para los Madriles.
Debía de ser goloso, no fumaba y, aunque no lo traté personalmente, le escuché en alguna conferencia. Hablaba a borbotones. Gran golpe de vista, aunque fuera miope.
Era rehecho, optimista, jocundo, avuncular, como buen astur, dígotelo yo. Y para demostrarlo ahí quedan por las hemerotecas sus cuadernillos en el órgano de la presenta del Movimiento que me hacían recapacitar sobre los avances sociales y económicos del pensamiento joseantoniano.
Éramos entonces la novena potencia industrial de Occidente.
Comparado con algunos colegas míos ingleses de Fleet Street, yo cobraba el triple que ellos, tenía un despacho en Londres y no una mesa de redacción, como los del “Financial Times”.
No era, con todo y eso, de los corresponsales el que más ganaba. José Antonio Plaza, de feliz memoria, creo que gozaba un sueldo de dos mil libras.
Entonces la esterlina estaba por los suelos y muchos fines de semana volaban a Heathrow desde Madrid aviones chárter cargados de españolitos que se desplazaban a la capital inglesa para ir de tiendas a Oxford Street.
Muchos ingleses nos tenían envidia.
Y ese pensamiento lo dejé traslucir en mi libro "Yo fui corresponsal de Franco, Quo vadis, Spain?".
Cuando regresaba a Oviedo a ver a la moza decía a los colegas: somos un país rico. No me creían, pero en España se vivía mejor que en las Islas Británicas de todas todas.
Eran los tiempos de lo “in”, lo “out”, los “Beatles”, el desarrollismo, las nuevas libertades sexuales. Escribía mis crónicas sobre las huelgas mineras en aquel invierno del descontento cuando Inglaterra se quedó a oscuras a causa del enfrentamiento entre el Gobierno laborista y los sindicatos. Pero tenía que atender a otros compromisos.
Desde Madrid los colegas me encargaban cosas de todo tipo, desde fonendoscopios hasta televisores de bolsillo.
En cierta ocasión alguien de cuyo nombre no quiero acordarme me pidió le comprara en Harley Street, la calle de los médicos, un DIU contraceptivo para su señora, pues tenía siete churumbeles y no quería más hijos.
Lo embalé y remití por correo urgente. No llegó el artículo.
Entonces se lo comenté a Pepe Meléndez, el querido periodista que dirigía la oficina de la agencia “Efe” en Bouverie Street. Meléndez, muy taurino él y muy gracioso, era algo tartamudo y me dijo con su media lengua entrecortada: “No no te prreeeocupes... PP Parrita. Se... se lo habrá pues... sto la mu mu jeer de del de Cooorreos”.
Bromas aparte, el salense que acaba de morir casi centenario fue uno de los grandes artífices de aquella buena gestión económica que se inició con el falangismo de izquierdas. Descanse en paz. ¡Juan Velarde Fuertes... presente!
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