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Los consejos de Montilla

16 de Noviembre del 2010 - Víctor Luis Díaz Haces (Oviedo)

Con no poco atrevimiento, el señor Montilla, tras la inolvidable visita del Papa, aconsejó a la Iglesia reflexionar el por qué de la pérdida de seguidores de la Iglesia.

El caso es que, en este país, hay seis millones de personas que acuden sin falta, todos los domingos, a la Santa Misa y más de un millón acuden a diario. ¡Impresionante! ¿Verdad? Si, además, contamos los que acuden a veces o los que se identifican, en mayor o menor grado, con la Iglesia católica, el número es inmenso.

¿Se imaginan por un momento que hubiera que ir todas las semanas a escuchar un mitin de Montilla y creer con fe ciega a Zapatero para poder llamarse socialista? ¿Y si nuestro compromiso democrático implicara ir a votar cada domingo? Con toda seguridad, antes de un mes, apenas quedarían demócratas ni miembros del PSOE en España.

Pues, por extraño que parezca, este hecho, la presencia del cristiano en la sociedad, es ninguneado e incluso despreciado en virtud del idolatrado laicismo.

Valgan tres muestras de la última semana.

En el monasterio del Valle de los Caídos, la Guardia Civil, por orden gubernamental, impide la entrada a misa de los fieles. No se aduce ninguna razón, simplemente prohíben entrar. Los frailes han tenido que celebrar en el exterior del templo las tres últimas semanas. La masiva afluencia del último día, con miles de fieles, parece que ha logrado hacer ceder al Gobierno.

En el Congreso de los Diputados un portavoz parlamentario define como garrapata del Estado a la Iglesia católica. ¿Se atrevería a decir eso de cualquier otro colectivo? Irónicamente, quien así se expresó es el portavoz de ERC. Es fácil hacer cálculos y ver quién chupa más la sangre al Estado.

En tercer lugar, vuelve la batalla de los crucifijos. En Badajoz un padre que al mismo tiempo y no por casualidad es concejal socialista pide la retirada de los crucifijos del colegio de sus hijos. Como si de un derecho a veto se tratase, por orden judicial, su petición pasa por encima de la del resto de padres que prefieren dejarlos donde estaban.

Quienes de este modo intentan borrar cualquier rastro de lo cristiano dicen ampararse en la Constitución. Lo cierto es que la misma habla de aconfesionalidad que no es lo mismo que laicismo. Por otra parte, la misma Carta Magna reconoce el trato preferencial hacia la Iglesia católica.

El laicismo parte de dos principios: separación de Iglesia y Estado y libertad religiosa. Hasta aquí todo bien. Cada uno en sus funciones y que a nadie se obligue a profesar un determinado credo y pueda profesar el que guste. Pero, a diferencia de la aconfesionalidad, el laicismo va más allá. Pretende erradicar la presencia de la religión como algo vergonzoso y no deseable.

Esto equivale, en la práctica, a la imposición de un ateísmo oficial aun siendo ajeno a la realidad social.

Si porque uno solo se ofenda hay que quitar los crucifijos, qué razón hace que se salven otras posibles fuentes de ofensas particulares. La foto del Rey en el aula, ¿qué hacemos con ella? Vale que seamos un Estado oficialmente monárquico, pero, ¿lo de los carteles con propaganda sexual y preservativos en los institutos? La Constitución no menciona nada de Estado fornicario. ¿Eso no ofende a nadie?

La presencia de lo cristiano no es un privilegio, es lo lógico en un país cuya historia es esencialmente cristiana y cuyos miembros, mayoritariamente, también lo son. Lo ilógico sería que hubiera imágenes de Buda o banderas de Noruega.

Si nuestro país se volcara en movilizar grandes recursos financieros y mediáticos para el deporte del fútbol gaélico o el vuelo de cometas me chocaría bastante. Pero si eso se hace con el fútbol lo veo lógico, me guste o no el fútbol. El trato preferente es razonable y cortamos el tráfico para celebrar los triunfos y llevamos con orgullo sus símbolos, los ayuntamientos dan facilidades y ayudas y los eventos futbolísticos son cuestión nacional con presencia de Rey y Gobierno incluida.

Pero nos han convencido de que de la religión no se debe hacer ostentación y debemos escondernos. Y los católicos nos lo hemos creído. Sospecho, y creo no equivocarme, que si alguien está en deuda es la sociedad con la Iglesia y no al revés.

Hasta que no volvamos a descubrir con orgullo lo estupendo que es ser cristiano difícilmente resultará atractivo para nadie. Esta puede ser la causa de la pérdida de seguidores de la que nos alertaba el señor Montilla.

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