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Encuentro en aquella fase

7 de Febrero del 2023 - Julio L. Bueno de las Heras

Un día tal como hoy, hace exactamente la friolera de veinte años, a media mañana, con las ideas muy claras y una cartera llena de papelotes, el exrector Julio Rodríguez y yo, que le acompañaba por delegación de quienes habíamos formado parte de su último y crepuscular equipo, nos adentrábamos –resolutivo como siempre el primero, escéptico el segundo y en marcial “prevengan armas” ambos– en territorio proceloso. Subíamos las escaleras de un adusto edificio oficial en una céntrica zona madrileña y nos llevaba a aquel lugar un contencioso profesional, una sedicente auditoría económico financiera y de legalidad (1996 a 2000) –según la memoria histórica– “llevada a cabo a la Universidad de Oviedo por su Consejo Social, con la conformidad del Rectorado, por mandato del Gobierno regional a instancias de la Junta General del Principado de Asturias”. Imponente, no me vayan a decir que no.

(Ha pasado mucho tiempo desde entonces, hemos visto mucho y ha cambiado bastante la Universidad de Oviedo, ha cambiado (poco) Asturias, han cambiado los gobiernos y ha cambiado Expaña (sic). Hemos visto y aprendido todos mucho desde entonces y las canas hacen recordar los mejores momentos, olvidar los malos y reír de las humanas miserias. Lo que en el relato procesal falta, porque aquí y ahora sobraría, ya quedó dicho, escrito y sentenciado donde en cada momento tocaba; excepto en nuestra propia casa, donde tardamos un pelín más en enterarnos: hasta 2007).

Sumario: Un encuentro con don Juan Velarde

Destacado: La entrevista central la tuvimos con un veterano maestro de planta inolvidable, mirada apacible pero inquisitiva, hablar profesional y saberes profundos

Prosigo con lo que ahora corresponde.

En aquel casoplón hicimos lo que íbamos a hacer, definir el escenario de lo que podría ser un campo de batalla, acudiendo a una cita en el Departamento Segundo de la Sección de Fiscalización, concernido en la supervisión de entidades públicas de áreas no económicas, como es el caso de las universidades.

Presentábamos y consultábamos. Nos informaban e informábamos. Íbamos a tomar nota y a entregar documentación. La entrevista central –para mí digna de recordar– la tuvimos con un veterano maestro de planta inolvidable, mirada apacible pero inquisitiva, hablar profesoral –ora pausado y susurrante, ora categórico y sonoro–, movimientos medidos, saberes profundos hilvanados con una luminosa lucidez que fluían con estimulante y lenitiva naturalidad. Yo sólo conocía a nuestro interlocutor por los medios de comunicación y por episodios institucionales, conferencias y actos académicos. Julio Rodríguez, este alto funcionario y –en parte– yo teníamos amigos y conocidos comunes, ellos se tuteaban y creo recordar que él me invitó –sin éxito, por razones más que obvias– a sumarme al “modo distensión”. Lo que sí consiguió en breves momentos fue hacerme ver las cosas como hay que verlas, sentirme cómodo y seguro, y lo hacía sin traicionar ni por descuido la aséptica prosopopeya y distancia de quien podría ser –si no lo era ya– juez en nuestra causa.

Al final de una larga y estimulante reunión, donde –con diferentes cotas de vuelo– llegamos a hablar hasta de Sagasta, descargados de pesos diversos, incluido el de buena parte de la documentación que acarreábamos, recuerdo haber salido del Tribunal de Cuentas como de territorio amigo, con ganas de rematar bien la batallita en la que nos había tocado bregar. De regreso a casa, con tiempo para una charleta optimista y un merecido almuerzo en el viejo Madrid, iba con alguien que me comentaba por el camino: “¿Qué te dije? ¿Ves cómo teníamos que venir a hablar con don Juan Velarde?”.

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