El baile de Vinícius
Vinícius, excepcional jugador del Real Madrid, está de permanente actualidad, tanto por su calidad futbolística, que, semana a semana, prodiga sobre los campos de fútbol, como por sus incontroladas y airadas reacciones ante contrarios, árbitros y aficiones.
De lo primero, nunca cansamos de ver a este tipo de jugadores por lo que aportan a un espectáculo cada vez más carente de este tipo de figuras, por eso me voy a centrar exclusivamente en la segunda faceta, fácil de corregir si se consigue desterrar ese odio que viene imperando en las aficiones y cuando le toman manía a un jugador, por su calidad, clase, color de piel, etcétera.
¿De dónde viene ese odio? Sin duda hay una serie de factores como origen. El primero es el hecho de ver al otro equipo como un enemigo y no como un adversario en buena lid; si a ello le sumamos la predisposición negativa que llevan muchos aficionados al campo, frustraciones personales y colectivas, la actitud de directivos y organismos que crean malos ambientes, tendremos ese indeseado e incalificable comportamiento.
Es opinión generalizada que el fútbol con el VAR perdió ese punto de emoción y espontaneidad que le daban las inapelables decisiones de los árbitros; ahora, entre los penaltis, “penaltitos” y otras decisiones que se toman arriba, se puede ver hasta a un jugador meter un gol desde el banquillo, como sucedió hace unos días con Correa, del Atlético de Madrid. El VAR obliga a los defensas a estar dentro de su área como “pingüinos”, por los riesgos de extender los brazos. Es un poco exagerado, pero el árbitro en el campo, ahora, está para poco más que pitar los fueras de banda y de fondo y controlar los cambios. Y el fútbol no es esto que nos quieren imponer.
Porque el árbitro es y está para mucho más. Hay que verlo como a un juez (que lo es) que tiene que imponer su criterio, olvidando las presiones de afición y jugadores. Un equipo que hace 29 faltas a lo largo del partido (una cada tres minutos) tiene que ver aplicado el reglamento con tarjetas amarillas por reiteración de faltas. En el polémico partido de Mallorca, la tunda que le dieron a Vinícius, a la que se añadieron las provocaciones constantes, merecían duras sanciones para los defensas, que solo vieron amarilla en los minutos finales. ¿Y qué me dicen de la afición, con constantes insultos racistas durante todo el partido hacia su persona?
Estamos viviendo en un país en el que hay leyes para todo, pero faltan agallas para aplicarlas, y en el caso del fútbol, entre otros organismos que están para vigilar y proteger este bello deporte, el Comité Antiviolencia parece que solo se reúne para comer a costa del aficionado y poco más, ya que los insultos racistas en los terrenos de juego ni se persiguen ni se castigan con dureza. Ahora, la Liga pretende que sean los aficionados quienes denuncien, ¿para qué están ellos? Ya hay campos en donde a las aficiones de los equipos visitantes no se les permite exhibir distintivos con los colores de su equipo. ¿Quién controla esta hoja de ruta?
No quiero excluir de su parte de culpa a Vinícius y al Real Madrid. A este chico de temperamento caliente hay que bajarle los ánimos, debe aceptar las decisiones que se toman en el campo sin protestar, y el Real Madrid tal vez deba impartirle un curso de formación para saber estar en el terreno de juego, pues su aptitud está perjudicando mucho al club, viéndose arrastrado en todos los partidos a una trifulca tras otra. En el campo, el Real Madrid debe hacer lo que está obligado, jugar mejor que el otro equipo, o al menos intentarlo, y continuar por la senda que le ha situado como mejor equipo del mundo.
Celebraciones de los goles con más humildad por parte de Vinícius ayudarían a calmar los enrarecidos ambientes que se crean en torno a su indiscutible figura allá por donde pasa.
Por el bien del fútbol, menos samba y más respeto ayudarían mucho al fútbol y a los árbitros.
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