Ucrania, una herida en el corazón de Europa
El tren rodaba a gran velocidad “… por la terrible estepa castellana…” (Manuel Machado), gleba adelante cruzando el Duero y su ballesta soriana. Atrás se quedaba la cordillera Astur-Leonesa con la penuria del Pajares y el fiasco de los túneles que hacen a uno pensar que algunos políticos y cuadros directivos son una raza a extinguir.
Era el “Día de la poesía” y a mi lado viajaban los Machado, Claudio Rodríguez, García Baena, Neruda, Sor Juana Inés de la Cruz, León Felipe… Se mostraba placentero el recorrido hasta que, como siempre, saqué un bloc y con un Bic en la mano me puse a estrellar su punta sobre el papel blanco para ver lo que salía.
Durante el trayecto -hasta mi llegada a la estación de Los Llanos en Alba (sic)-, escribí unos veinte folios que, una vez dado forma y fondo literario, se convirtieron en un relato al que di en titular: “El hombre que mató a Vladímir Putin”. En los meses de abril y mayo (ilustrado con un diaporama de unas doscientas imágenes sobre aquel país), fue presentado y vendido (dinero recaudado para la Cruz Roja de Asturias) en Gijón y Oviedo con muy buena acogida.
En el verano elegí mi amada La Mancha para promocionarlo y dar a conocer los asesinatos de lesa humanidad, crímenes de guerra y de Estado que el dictador soviético (lo que bien se aprende, mal se olvida, porque este individuo que los dioses confundan fue un mercenario de la KGB -de triste recuerdo- y la cabra siempre emprende, más temprano que tarde, la senda del monte) provocó una guerra tan innecesaria como sorprendente.
Cuando se fraccionó la URSS y se quedó al pairo tras las conversaciones de Ronald Reagan y Mijail Gorbachov en el año 1987, repartiéndose los harapos -como la túnica del Nazareno- lejos de acabar con una “Guerra fría” que nunca concluyó, la diplomacia, como siempre, no supo hacer los protocolos de manera correcta entre la OTAN y el desaparecido Pacto de Varsovia. Había muchos intereses creados como en la Palestina de 1948, el “Paralelo-38” entre las dos Coreas; los Balcanes, tras la muerte de Tito, y ahora con el Sahara y Marruecos para vergüenza del Gobierno de nuestro país. Dajla -mon amour- donde no solo conocí al Principito y a la mujer más bella del mundo, sino la vida, en tierra de nadie, de un pueblo paciente en medio de las arenas ardientes del desierto.
El samurái encargado de matar a Vladímir Putin no logró, por desgracia, consumar el magnicidio
El plan concebido para el 15 de agosto del pasado año fracasó porque Putin sigue tan vivo y coleando como un esturión con sus tripas llenas de un caviar mortífero
El Gobierno americano, con la CIA al acecho, la Unión Europea con sus veintisiete países miembros y los servicios de inteligencia del Reino Unido elaboraban planes, en decenas de interminables reuniones, en un intento de estrangular la economía rusa. Se pusieron en marcha de inmediato con medidas a medio y largo plazo que surtirían su efecto, aunque lo que se necesitaba era uno fulminante que frenara el devastador avance de los rusos en todos sus frentes, sobre todo la caída de Kiev, el Donbás, la ciudad marítima de Odesa y deponer el Gobierno del presidente Volodímir Zelenski.
La CIA y los servicios más “prestigiosos” de las grandes potencias no llegaban a acuerdos tangibles para acabar con la invasión rusa. Se estudiaron propuestas valorándose pros y contras, pero en lo que todos se pusieron de acuerdo fue que ningún soldado de la OTAN pusiera su pie en suelo ucraniano. Aquella línea roja se presentaba como un polvorín que estallaría irremediablemente al momento desencadenando un conflicto bélico de imprevisibles consecuencias como antesala de la III Guerra Mundial y poniendo las bombas atómicas fin al ciclo terrestre de la humanidad. Hiroshima en el recuerdo.
Aprovechando el búnker -se escribe en el relato- que Putin había mandado construir a orillas del Volga, un samurái nipón -prestigioso profesor jubilado de kiudo- había sido entrenado para que, haciéndose pasar por un pescador, acabara con la vida del psicópata ruso, cuando Putin salía todas las mañanas a remar por las orillas del río. El plan concebido para el 15 de agosto del pasado año fracasó porque Vladímir Putin sigue tan vivo y coleando como un esturión llenas sus tripas de un caviar mortífero.
Todo sigue igual, es decir, peor: Zelenski desea dialogar con Rusia, pero repudia a Putin, al que quisiera ver muerto atravesado su cuello por la flecha de otro samurái o la bala certera de un de francotirador; China e Irán se unen a Rusia; no se acaba de establecer un “Orden internacional”; ahora Alemania desea enviar los “Leopard”; ya son ocho los millones de desplazados por un país y otro; Krimea no se toca, porque el Mare Nostrum es ruso; el trigo ucraniano se pudre, mientras el mundo pasa hambre; Pekín desea hacer de “mediador” para sacar buena tajada y olvidar el covid-19…, mientras que Putin tiene en el punto de mira a Finlandia, los países bálticos, Polonia y Moldavia. Hemos hecho esfuerzos para ayudar a un país en ruinas, pero “… después de tanto todo para nada…” (José Hierro), el litigio continúa sin tener solución.
Por estos días, se cumple un año de la invasión de Putin a la bella Ucrania -mon amour- allanando y vejando la soberanía de un pueblo. Mientras tanto, este cronista continuará con sus proyecciones por toda Asturias y venta de libros para sensibilizar a los presentes de que Ucrania sigue siendo una herida profunda en el corazón de Europa. Quo vadis, anthropos?
Celso Peyroux
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