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Corias, casi cincuenta años después

2 de Diciembre del 2010 - José Manuel Fernández Rodríguez (Oviedo)

Estaba anunciado un día, como se leía en aquel paraguas que compré en Berlín, «un día de perros». Sin embargo, la mañana apareció, ladera abajo, del brazo de algunas nubes, que más bien hacía de damas de honor –discretas ellas, de gris casi transparente–, apareció, digo, bien espléndida y rebosando azul, con más de diecisiete grados y eso a pesar de estar a diecisiete días de San Andrés.

Íbamos a Corias, a participar en la celebración del 150.º aniversario de la llegada de la Orden de Predicadores (Padres Dominicos, O.P.) a Corias. El programa no lo llamaba así, pero, ¡qué caray!, en palabras ingenuas así era. Y dije íbamos, porque mi esposa y mi hijo Pío no me dejaron ir solo. Gracias.

Voy, si no a evadir, al menos soslayar, la gabela, la carretada, de sentimientos que surgen –como lo hace el surtidor del patio de la araucaria del monasterio, araucaria macho, por cierto– a borbotones al pisar aquellos lugares, reconocer imágenes sedimentadas en el subconsciente; al intentar identificar a antiguos compañeros, profesores... o sus nombres. Y es que, como oímos en la eucaristía, no somos lo mismo, aunque soy el mismo. Abrazos entrañables, elogios y parabienes que... ¿Me habrá caído la baba? ¡Pero si dije que lo iba a esquivar!

Cuando se celebró el 100.º aniversario también estuve presente. Sería alumno de cuarto, acaso de quinto. Fue un evento más importante de lo que yo podría valorar por lo histórico que me pareció. El caso fue que unos días después el profesor que más me quería, padre Morán, llevó a clase los tres periódicos que por aquel entonces se publicaban en Oviedo. Hizo un amplio y conciso examen, no exento de humor, ¡y de rigor!, como era normal en él, de cómo «daba» la noticia cada uno de los diarios. Muy diferente, por cierto: «Región», no sé si tenue o mortecina; apática, sí. En cualquier caso, sin relieve. «La Voz», en un período de expansión popular, hacía una exhaustiva exposición de los acontecimientos citando todos los personajes protagonistas y los escenarios. Todos. Cronológicamente muy bien ordenados. LA NUEVA ESPAÑA, en cambio y sin olvidar el catálogo, vertía más tinta en los detalles, escudriñaba en los gestos, en los sentimientos, en lo bello... en lo importante. Tarea más compleja y complaciente para estudiantes ávidos de estilo y porque las cosas más bellas no pueden ser vistas ni tocadas. Tal fue lo que yo entendí y así lo escribí en el ejercicio que se nos pidió y que me produjo una buena satisfacción al ser leído en clase.

De esto hace casi, casi, cincuenta años, porque fue unos días después de aquel centenario. ¿Quieren ustedes creer que lo mismo me pasó en el acto cultural que de este evento, 150 años de... se desarrolló en el teatro Toreno? Intervinieron varios oradores sabios, con unas –esta vez más que nunca– documentadas exposiciones históricas que aunque no fuera nada más que por la tarea, ardua supongo, de «empalmar» los datos ya merecía, como así sucedió, el reconocimiento y el aplauso. Pero ¿y los sentimientos? ¿Y lo importante? Si enseñar es dejar huella en la vida de otros, habrá que utilizar otros bueyes para que de ilusiones de jóvenes, pasemos, de viejos, a recuerdos.

Aquella admiración que siempre sentí por el padre Jesús Martín se justificaba una vez más y es que, como diría Javier Marías, conforme pasan los años, uno se vuelve más vulnerable por fuera pero más incombustible interiormente. Su misma majestuosa forma de andar, el perfume de loción de quinina que inundaba los claustros delatando su presencia, su sabiduría de entonces y más aún su kerigma de ahora sobre todo, haciendo un profundo zum, trajo a primer plano las vivencias, los recuerdos.

Por eso le agradezco que, en las postrimerías de su exquisito «testimonio», hubiera leído parte de otro escrito mío, aparecido en esta misma sección hace algún tiempo, en el que me refería a huellas, emociones y recuerdos de Corias. Recuerdos, el único paraíso del que nadie nos podrá expulsar. Recuerdos que, efectivamente, son el perfume del alma. Recuerdos entrañables a los que también aludió desde la misma mesa don José Manuel Cuervo Fernández y de los que he disfrutado hoy y que serán mejores aún en el futuro si nos volvemos a ver.

José Manuel Fernández Rodríguez, Oviedo

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