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Palmira: venerar a los ancianos

12 de Abril del 2023 - José Antonio Flórez Lozano

“La gran ceguera del hombre actual es la de la razón”

José Saramago

Desde mi perspectiva y análisis, la persona mayor que va acumulando años no puede situarse en una sola época anclado en los recuerdos de tiempos pasados donde disfrutó y compartió los mejores momentos de su vida; debe evolucionar y adaptarse a las nuevas realidades sin convertirse en alguien anacrónico y fuera de contexto. Como decía Palmira, de 91 años, en una conversación privada, “dejé de preocuparme por la edad en la adolescencia, hay que ocuparse de la vida y no preocuparse por los años, ya que no podemos detener el tiempo”. La vejez no es por sí misma una enfermedad, aunque lo dijo aquel esclavo africano, Terencio: “Senectus ipse morbus est”. A ciertos cambios corporales debidos al envejecimiento alude indiscretamente Schopenhauer (1788-1860), cuando afirma: "Se suele designar a la juventud como la época feliz de la vida, y a la vejez como la época triste...". El poeta Holderlin (1770-1843) echa de menos aquellas cosas que no se pueden poseer y disfrutar en la vejez; así dice en su “Fantasía nocturna”:

“Demasiado anhela

el corazón; al fin y al cabo, vive su juventud,

pero cuando se extinguen los ardores de ti,

incansable soñadora,

SUMARIO: La valoración de las personas mayores en la sociedad actual

DESTACADO: Hay que reconocer que la persona mayor es portadora de tradiciones y voz ancestral de la sabiduría colectiva; y, además, es esencial para contribuir a la humanización de nuestra sociedad, terriblemente deshumanizada

en paz gozosa la vejez nos llega”.

Pero hay que tener en cuenta que el hilo vital del anciano es la memoria que lo ata a su pasado y al entorno en el que ha vivido. En la sociedad actual tenemos que admitir el siguiente axioma: “Cada vez vivimos más, mejor y más sanos”. Pero también es cierto que las tasas de dependencia se disparan. Por ejemplo, en nuestra comunidad dicha tasa (muy similar al resto de España), el índice es del 32,4% y seguirá aumentando hasta el 45% en el año 2050. También es cierto que aumenta un cierto abandono, marginación o estigmatización de todo lo que se asocia a la vejez. Los viejos han ido perdiendo su lugar o han ido dejando de ser sujetos, sin duda, ha crecido el interés por convertirlos en “objetos”. Dice Palmira que cuando se superan los 65 años, se constata que la metáfora calderoniana de que la vida es sueño es una gran verdad. Por ello, es necesario superar la espera continua de la muerte, tal como había sostenido Heidegger, abandonando una posición estrictamente pesimista. Reflexiona Palmira que en el contexto actual, el viejo va perdiendo posiciones, ya no tiene sitio en el pequeño apartamento; su hijo/a trabaja casi todo el día, la madre también, los hijos permanecen en las guarderías o en los centros de educación gran parte del día, desaparece la comunicación y la coherencia de la familia; los abuelos se convierten en un problema (¡cuando son la solución a tanta patología social actual!) y hay que buscarles sitios adecuados (los asilos), residencias más o menos acertadas, mejor o peor equipadas. En esta cultura materialista y hedonista, el viejo (los abuelos) coarta la libertad de los hijos, disminuyen las comodidades y placeres de sus hijos; son, en fin, un problema en la dinámica del hogar (que ya no lo es). Se están buscando nuevas alternativas a la familia tradicional y además el viejo está desvalorizado, tal como se recoge en las frases de los movimientos musicales de grupos culturales jóvenes adictos a culturas antisociales: “Mira a tu viejo trabajando todo el día como un esclavo”. Es fundamental, por lo tanto, si queremos conseguir una plena integración del mayor en nuestra sociedad, lograr una eficaz comunicación entre padres, hijos y abuelos, evitando a toda costa la despaternalización y haciendo que el niño conozca y disfrute de la importancia del amor, del saber, del humor y del afecto de los mayores.

Sin espacio social

El escenario sociocultural es el siguiente: quienes rodean al que envejece son portadores de un mundo futuro lleno de proyectos y expectativas: viajes, proyectos, trabajos, empresas, experiencias, etcétera, que ya no incluyen a la persona mayor; el anciano ya no cuenta en las grandes decisiones sociales, políticas y culturales. Y, ciertamente, nada es más triste que la muerte de una ilusión (¡la ilusión de vivir!). Me dice Palmira: somos seres precarios y frágiles y esta sensación se agudiza al envejecer. En efecto, desde la crisis de 2008 vivimos con miedo al futuro, un sentimiento que la pandemia y la crisis económica han intensificado, y ello se traduce en un manantial de depresión. En fin, una sociedad que no deja un espacio para el desarrollo pleno de las personas mayores y que genera una riada de sentimientos depresivos que abocan a los abuelos al aislamiento, el ostracismo y la soledad dramática. Somos una sociedad más infantilizada y narcisista; la quiebra de los valores y el desdén por la razón suponen una infantilización y una involución cerebral. Así crecen la apatía, el pasotismo, el aburrimiento y la frivolidad que van penetrando en los entresijos de nuestra sociedad, secuestran el pensamiento, la capacidad de decisión y la dignidad de la persona mayor. Pero hay que reconocer que la persona mayor es portadora de tradiciones y voz ancestral de la sabiduría colectiva. Y, además, son personas esenciales para contribuir a la humanización de nuestra sociedad, terriblemente deshumanizada. En este sentido, no solo los mayores, sino todos los miembros de la sociedad, deben ser perfectamente conscientes de los valores que nos aportan impregnados de una magnífica sabiduría y un reservorio de valores esenciales para nuestra salud y bienestar.

Así, una nieta decía a su abuela: “Algún día yo también envejeceré y sentiré esa soledad correr por mis nutridas venas y entenderé la mirada lejana contemplando nuestros propios escenarios; y en ese momento, maldeciré el día en que la tuve tan cerca y no supe decirle gracias por haber sido mi querida abuela”. Por eso, manifiesta Palmira que los mayores necesitan sentir que sus vidas tienen significado y que con su trabajo están contribuyendo al bienestar y al desarrollo social. La vejez ha de ser considerada como símbolo de experiencia, sabiduría y respeto. Me recuerda Palmira que es necesario eliminar la discriminación y la segregación por motivos de edad y contribuir al fortalecimiento de la solidaridad y apoyo mutuo de las generaciones. Y añade: el mito de que los ancianos son un obstáculo económico para la sociedad en la actualidad es simplemente eso, un mito; no tiene ningún tipo de argumentación.

Venerar a los ancianos

Asegura Palmira que las personas mayores tienen una productividad muy importante que se centra en sectores como la agricultura y en la atención, ayuda, cuidado y educación que prestan, cada vez más intensamente, a sus nietos y a otras personas enfermas de su familia, como su propio cónyuge atrapado por una demencia. Además, muchas labores de voluntariado son realizadas primordialmente por personas mayores de 65 años que prestan sus servicios, silenciosamente, a través de las organizaciones no gubernamentales. Finalmente, conviene despejar cualquier duda acerca de la decrepitud psicológica y fisiológica inexorable al proceso del envejecimiento. La vejez es algo individual, pudiendo conservarse las capacidades artísticas, intelectual, creativa, etcétera, hasta el mismo límite de la muerte. La historia así nos lo confirma: Tiziano, en los últimos años de su vida, tal como describen sus biógrafos, manejaba el pincel con su mano artrítica con la misma seguridad que siglos más tarde lo haría el pintor Augusto Renoir. Mantener viva nuestra imagen, vitalidad, inteligencia, afectividad y creatividad es el gran antídoto contra los mecanismos involutivos propios del envejecimiento patológico. Sugiere Palmira que no podemos dejarnos llevar por la inercia social y el hostigamiento de la rutina. La conciencia de estar vivo y nuestro afán de perseverar en lo que somos y por atrapar esos instantes felices que se nos escurren justifica y alegra nuestra existencia. Afirma Palmira con seguridad que nuestros mayores han ganado una posición privilegiada que tenemos que respetar, vigilar y potenciar. Una sociedad que no venera a sus abuelos está condenada al caos y a la autodestrucción. ¡A cuántas personas mayores podrías hacer feliz hoy amándolas y queriéndolas!

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