A don Javier Rodríguez, por consideración
Esta mañana, casi de madrugada, don Javier, me ha dado usted un susto morrocotudo, pues me vi citado con nombre y apellido en su carta «LA NUEVA ESPAÑA, con Cascos», publicada ayer. De entrada pensé en lo peor y me creí implicado en lo que nada tengo que ver, aunque tengo también mucha consideración por el señor Cascos.
Vayamos a lo nuestro: una de las «magias» de la comunicación está en que, sabiendo el escritor lo que quiere escribir –lo cual, por cierto, no es frecuente– no puede saber lo que el receptor lee. Por ello, antes de escribir para el público, con humildad, hago dos rezos: uno, para escribir con la cabeza y no con las vísceras; otro, para que el lector/lectora me lea con la cabeza y no con las vísceras. Le aseguro que las veces que intenté escribir con el hígado o con los riñones, la «cosa» dio en fracaso.
En LA NUEVA ESPAÑA no escribo de Religión ni de Derecho, pues eso lo hago en revistas especializadas. En LA NUEVA ESPAÑA escribo del poder y de política; de todos los que tienen poder de verdad y de todos los poderes; por ello también escribo del Papa, del que escribo, como de otros, con total libertad, pues sólo soy laico, ni tengo voto de obediencia ni aspiro al cardenalato. De indigestos y pasteleros «peloteos», nada.
Si usted, don Javier, me volviera a leer, aquí o en internet, despacio, muy despacio –ya se que es pedir demasiado– tal vez su conclusión fuese otra. A veces, a las personas que quiero, Papa incluido y ¡Dios me perdone!, hago lo mismo que hicieron conmigo: trato de curar heridas con alcohol de mucho picar y sin «coñas» de marineros, dicho sea con todo el respeto para los de la marinería.
No es frecuente que los que escribimos vayamos como bomberos con manguera y como con Cascos ante las interpelaciones de los lectores; yo tampoco suelo hacerlo, pero esta vez, sin saber bien el porqué, contesto a usted, don Javier, con consideración ahora repetida.
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