La extinción del delfín baijí
Una de las especies extinguidas más recientemente, es la del delfín baijí. Los chinos llaman baijí al delfín de aleta blanca que habitó en el río Yangtsé, uno de los más grandes del mundo. En China se le ha apodado «la diosa del Yangtzé». Cuenta una leyenda china que el baijí es la reencarnación de una princesa que se ahogó en las turbulentas aguas del gran río. Esta variedad de delfines emigró desde el océano Pacífico al río Yangtzé hace unos 20 millones de años. Se estima que había 5.000 delfines cuando fueron descritos en el diccionario de la dinastía Han. En los años 50 del siglo XX su población se estimaba en 6.000 ejemplares.
El baijí es un delfín blanco, casi ciego, similar a otras especies de agua dulce que habitan en los ríos Mekong, Indo, Ganges y Amazonas. Este delfín se reproducía en el primer semestre del año. El mayor número de partos se producía entre los meses de febrero a abril. La gestación duraba de 10 a 11 meses, y sólo tenía una cría por cada parto. El intervalo entre partos era de 2 años. Las crías medían al nacer de 80 a 90 centímetros y no se independizaban de sus madres hasta los 12 o 14 meses. Los machos miden unos 2,3 metros de longitud, las hembras son un poco mayores, con 2,5 metros. Los adultos llegan a pesar entre 135 y 230 kilogramos. Se estima que viven alrededor de 24 años en el medio silvestre. Debido a su mala visión, el baijí se basa en la ecolocalización para la navegación y alimentación.
Es una especie de agua dulce que sólo se encontraba en el río Yangtzé de China. Históricamente también habitaba los lagos Poyang y Dongting , con aguas del río (Zhou et al. 1977, Chen et al. 1980), pero ya no se los encuentra allí. Su área, además, se ha ido reduciendo dentro del mismo río, agravado por la construcción de una presa.
Veamos algunas de las características taxonómicas del extinguido delfín baijí. Reino: Animalia. Filo: Chordata. Clase: Mammalia. Orden: Catácea. Familia: Inidae. Nombre científico: Lipotes Vexillifer. Autor de la especie: Miller, 1918.
Como ha sucedido con otras muchas especies en el último siglo, este raro habitante de las aguas dulces, prácticamente ciego e inofensivo, ciego no por enfermedad, sino porque utilizaba más otro sentido, su sonar en vez de la vista para capturar sus presas, comenzó su declive poblacional a partir de un conjunto de causas varias, tales como la caza intensiva, la pesca con sistemas electrónicos en el río y, en general, la destrucción de su hábitat motivada por esa compleja evolución que imprime el desarrollo económico.
Lo más relevante de la extinción de este delfín de aleta blanca es que no se produjo de manera repentina, sino que, como suele suceder con estos temas de especies en peligro, ya en los años ochenta se dio la voz de alarma sobre la preocupante situación de este mamífero y la necesidad de poner remedio a una situación que todos los científicos auguraban como catastrófica.
En 1979 China lo declaró en peligro, y en 1983 se decretó que su caza era ilegal. Para 1986 la población total se estimaba en unos 300 individuos, y en 1990, unos 200. Su número siguió decreciendo rápidamente, sobre todo, con la construcción de la Represa de las tres Gargantas, que alteró de manera irrecuperable el hábitat de este delfín. En 1998 sólo se pudieron encontrar siete ejemplares, y los científicos especularon con poder salvarlos moviéndolos a un lago cercano para luego llevarlos nuevamente al río cuando sus chances de supervivencia fuesen mayores. No se tienen datos de ningún ejemplar desde el 2002, y a la especie se la consideró extinta a finales del 2006, tras una expedición que no pudo encontrar ningún ejemplar en el río. Tristemente, se trataría del primer cetáceo en extinguirse por causa de actividades humanas.
En 2007 un baijí fue avistado por un vecino de la provincia china de Anhui llamado Zeng Yujiang. Las imágenes fueron revisadas en el Instituto de Hidrobiología de la Academia de Ciencias China, donde confirmaron su autenticidad. Pero en mayo-junio de 2008 se volvió a declarar al baijí completamente extinguido.
Las amenazas han sido varias, destacando:
Un cierto nivel de explotación directa (su piel llegó a utilizarse para bolsos y aguantes).
Mortalidad accidental por la pesca en el río de otras especies a causa de redes y pesca eléctrica (aun estando prohibida); por otro lado, entre los años 1970 y 1980 se considera que el enredo en las redes de pesca ha causado por lo menos la mitad de la mortalidad observada (Lin et al., 1985; Zhou Li, 1989; Chen, 1989; Chen et al., 1997).
También ha incidido de forma apreciable en su extinción el excesivo tráfico marítimo, la gestión de canales de navegación y la construcción de un enorme puerto.
Construcción de la presa de las Tres Gargantas (provocó que tuvieran que trasladar a los delfines que allí habitaban a un lago cercano con la esperanza de poder reintroducirlos al río cuando las oportunidades de supervivencia aumentaran, ya que alteró de manera drástica el hábitat de la zona).
La pérdida o degradación de hábitat debido al desarrollo de los recursos hídricos, prácticas de uso del suelo y la contaminación.
La Fundación de Conservación de Wuhan Delfín Baijí, fundada en diciembre de 1996, gastó alrededor de 100.000 dólares para la preservación de células in vitro, por lo que quizás algún día lo podamos ver nuevamente.
Wang Ding, de la Academia China de Ciencias, es el líder de una importante investigación —en la que también participan expertos japoneses y norteamericanos— y está desolado porque ni con toda su experiencia tendrá capacidad de salvar a los cetáceos blancos. Nadie podría, aunque contara con apoyo de todo tipo, cuando es imposible localizar siquiera a un ejemplar.
¿Imaginas lo triste que será para él y sus compañeros dedicar los próximos años a escribir sobre un ser del pasado, que ya nadie tocará, escuchará o verá? Sí, como personaje de cuento o fantasía.
No hace falta ser un gran experto para intuir que lo que ha fallado en la estrategia de conservación del delfín de aleta blanca ha sido la incapacidad para tomar una decisión. Parece que al final la postura de no hacer nada con el animal, tesis mantenida por los científicos extranjeros, no fue la más acertada, ya que recuperar el hábitat de un río, que está sumido de lleno en un proceso de revolución industrial imparable como el que pretende China, ha debido de ser una tarea imposible.
La extinción de una especie salvaje es un drama ambiental, ya que no hay posibilidad de recuperarla, de momento más allá de las fantasías cinematográficas. ¿Quién ha sido más responsable en la desaparición de esta especie? Una sociedad con escasa sensibilidad ambiental que explotaba un medio como el río Yangtsé con tal de poder sobrevivir, o el «staff» de científicos que durante años discutieron sin ponerse de acuerdo en qué iniciativas tomar.
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