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¿Cuál es el papel de las mujeres en la Iglesia?

1 de Diciembre del 2010 - M.ª Dolores Díaz de Miranda y Macías

Los rescoldos de la visita del Papa a Santiago de Compostela y Barcelona mantienen el calor de un fuego encendido. Fue una visita que desde un principio planteó diversidad de opiniones y de posturas; estamos en una sociedad plural y confesional en la que cada uno es libre para pensar y manifestarse. Algunos opinan que la religión es una cuestión que debe quedar circunscrita en el ámbito de lo privado y ante una visita papal piensan que no debe haber ningún tipo de intervención de las instituciones públicas ni de sus representantes políticos y mucho menos destinar dinero de las arcas públicas para tal evento; otros critican la postura de la Iglesia católica frente a temas como el aborto o los matrimonios gays y, desde dentro de la propia Iglesia, hay fuertes discrepancias sobre la validez o no validez de los viajes papales, pues se da un mensaje y una imagen de Iglesia que resulta difícil identificar con la Iglesia fundada por Jesucristo. Además, la visita a Cataluña tenía una connotación sobreañadida: Cataluña reivindica el reconocimiento de una identidad propia de carácter nacional frente al resto de España y deseaba que fuera expresamente reconocida por el Vaticano.

Soy consciente de la importancia y el valor que este viaje tenía especialmente para la ciudad de Barcelona y para todos los católicos. Confieso que me pesaba lo delicado de esta visita, por la contraposición de pareceres que diariamente salía en los medios de comunicación. Hoy, después de que ya ha pasado, me siento aliviada y contenta, la TV3 ha abierto ante 400 millones de telespectadores la belleza de la Sagrada Familia y la capacidad del pueblo catalán de organizar magníficamente un evento de estas dimensiones.

Siendo objetiva y considerando el marco en el que se desarrollan las visitas papales, estoy orgullosa del papel desempeñado por el arzobispo de esta diócesis, por la postura de nuestras autoridades civiles, por tantos cristianos que han dedicado su tiempo y su ilusión para que pudiera ser realidad, por las fuerzas de seguridad, por el trabajo de los operarios de la Sagrada Familia y por los ciudadanos que con su colaboración han conseguido que lo que aparentemente parecía una ensoñación fuera un hecho real. Capacidad organizativa, armonía, equilibrio, tacto político, sensatez, belleza, profundidad espiritual en la celebración litúrgica... teselas que forman el mosaico de la propia idiosincrasia de los hombres y mujeres de las tierras catalanas.

Subtítulo: Reflexiones a propósito de la visita del Papa a España

Destacado:La Iglesia Diocesana de Barcelona perdió una oportunidad de oro ante el mundo entero para ofrecer la otra cara de la realidad femenina: la de mujeres capaces de realizar servicios eclesiales tan valiosos o más que el de cualquier hombre cuya competencia y profesionalidad no pueda ponerse en duda

Junto a todos estos sentimientos, se ha abierto en mí una pregunta que, según pasan los días, va tomando cuerpo en mi mente y en mi corazón, y cuya melodía suena también en la opinión de muchas personas: hoy, ¿cuál es el papel de la mujer en la Iglesia?, más concretamente, ¿cuál es actualmente el papel de las religiosas en la Iglesia? Pregunta suscitada por las propias imágenes televisivas de la ceremonia de consagración del templo de la Sagrada Familia por el Papa Benedicto XVI.

En las imágenes de la ceremonia de la Sagrada Familia las mujeres estábamos mínimamente representadas, de manera que no dejaban resquicio para entrever la real participación y el trabajo que las mujeres estamos haciendo en la Iglesia. Se mostró a una mujer leyendo la primera lectura, a otra llevando las ofrendas y a la organista, y se visibilizó la presencia de las religiosas a través de siete de ellas que, tras la unción del altar por el Santo Padre con el óleo sagrado, subieron al mismo, limpiaron su superficie y las gotas de aceite caídas al suelo y pusieron el mantel sobre él. El efecto visual que produjeron en mí estas imágenes fue de turbación, me quedé sin palabras, como paralizada. Estábamos viendo la televisión prácticamente toda la comunidad, nos quedamos sin fuerzas para expresar el sentimiento común que nos invadía.

El hecho en sí forma parte de la celebración litúrgica y no hubiera tenido más relevancia si no se hubiera producido dentro del contexto en que se produjo. Nosotras ponemos el mantel de nuestro altar; en más de una ocasión, yo he ayudado a colocarlo en una celebración litúrgica. Es un gesto dentro de los tantos ritos en los que participamos de forma directa y visible en una celebración eucarística. Además, las benedictinas de San Pere somos las que hemos confeccionado, entre otras piezas, el mantel que se puso sobre el altar de la Sagrada Familia. Por tanto, lo que hicieron las siete monjas que vimos a través del televisor no tiene nada de extraño y mucho menos de denigrante. El problema ha surgido porque el contexto en que se produjo lo cargó de infinidad de connotaciones negativas: en una asamblea en la que mayoritariamente los «actores» eran hombres, la visualización de la mujer y, concretamente de la religiosa, quedó reducida a la limpieza del altar.

Las imágenes eran inevitablemente evocadoras de la situación de relegación y minusvaloración que las mujeres padecemos desde hace siglos. De la misma forma que reclamamos en la sociedad nuestro lugar propio, en el que seamos consideradas de igual a igual con los hombres, mantenemos dentro de la Iglesia los mismos deseos; la gran diferencia es que en la Iglesia el camino por andar es todavía mucho más largo. Acabo de llegar de uno de nuestros encuentros comunitarios, en el que salió este tema, candente estos días y que nos afecta como grupo. Una monja lanzó la pregunta de cuál ha de ser nuestro lugar en la Iglesia. Yo contesté que me conformaba con tener el mismo lugar que tengo en la sociedad civil, porque, si bien es cierto que a las mujeres en la sociedad nos queda mucho por lograr, en la Iglesia estamos a mil años luz de lo que hemos ido consiguiendo en la sociedad. Y que nadie interprete mis palabras como un implícito reclamo del sacerdocio femenino, pues ésa no es, a mi modo de ver, la primera cuestión a debatir. El continuo éxodo emprendido desde hace unos años por mujeres que se van de la Iglesia y el hecho de que las más jóvenes no quieran saber nada de ella tienen motivaciones mucho más profundas que el que podamos o no podamos ejercer el ministerio sacerdotal. Cuando mi sobrina y sus amigos, de poco más de 20 años, hablan conmigo, el concepto que tienen de mi vida en la Iglesia está marcado por el estereotipo de monja presentado en la televisión, y en nuestro caso concreto, al ser una comunidad de vida monástica, reforzado por la idea de una clausura entendida como encerramiento y reclusión. Algo de toda esta confusión se percibió también en los comentarios del locutor de TV3, quien al comentar las mencionadas imágenes, confundió a las religiosas que limpiaron el altar con las monjas de nuestra comunidad.

Sinceramente, creo que la Iglesia diocesana de Barcelona –caracterizada por su apertura– perdió una oportunidad de oro ante el mundo entero para ofrecer la otra cara de la realidad femenina: la de mujeres capaces de realizar servicios eclesiales tan valiosos o más que el de cualquier hombre cuya competencia y profesionalidad no pueda ponerse en duda. Ha sido una gran oportunidad perdida, pero quizá sea un buen momento para abrir el debate y la reflexión que nos ayuden a alcanzar el lugar que las mujeres deseamos tener dentro de la Iglesia.

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