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Los Nobel, Santa Lucía y la reina de la luz

12 de Diciembre del 2010 - Ángel García Prieto (Oviedo)

La capital sueca se engalana cada año el 10 de diciembre para la entrega de los premios más prestigiosos que hasta ahora y desde 1910 se conceden a personas significadas en el mundo de la literatura, la medicina, la economía y las ciencias. Y también Oslo participa en la celebración, pues el galardón de la Paz se concede, a la misma hora y el mismo día, en el Ayuntamiento de esta ciudad noruega, a aquella persona que, a su juicio, se ha destacado en acciones por la consecución de la paz en el mundo.

Estocolmo, ciudad asentada sobre más de una docena de islas situadas entre el mar Báltico y el lago Malären, es un magnífico lugar, tan brillante y solemne como sugestivo y bello. En estas fechas vive en casi total nocturnidad, a cambio de tener una temporada en el verano que apenas conoce la oscuridad de la noche. Precisamente por eso, el día 13, festividad de Santa Lucía, la capital sueca celebra una de sus más esperadas fiestas, con hogueras en los parques, fuegos artificiales en los jardines de Skansen, canciones populares y comidas entre grupos. A ello están invitados los premiados con el Nobel, a los que la reina de la luz, sus damas de honor y sus chicas estrella obsequian con unos bollitos de azafrán tradicionales.

La Fundación Nobel –que tiene su sede en un edificio nada llamativo de la calle Sturegatan, en el céntrico barrio de estilo parisino de Ostermalm– se creó con el legado del químico, inventor de la dinamita e industrial Alfred Nobel (1833-1896). Y con sus réditos se financian los premios y los gastos de la solemne ceremonia de su entrega. El rey de Suecia preside el acto en el Konserthuset, sala de conciertos construida en los años veinte del siglo pasado, en estilo neoclásico, a modo de templo griego con formas nórdicas y que debió ser remodelado posteriormente para ganar sonoridad, precisamente por un nieto –Svante– del arquitecto original, Ivar Tegbon.

Hay que decir que Estocolmo es una ciudad de arquitectos y de arquitectura, pues está llena de estudiadas soluciones urbanísticas y la construcción, aun de las casas más normales, tiene con frecuencia originales diseños. Sobre todo a principios del siglo XX, cuando el modernismo en los países nórdicos –Jugendstil– adquiere una peculiar significación. En esa misma línea está el segundo escenario de los premios, el Ayuntamiento o Stadhuset, donde en su salón Azul la noche del 10 de enero se celebra la cena de honor. Este emblemático edificio, situado en el extremo de Levante de la isla Kungsholmen, se debe a otro célebre arquitecto, llamado Ragnar Öbsger (1866-1945), y fue construido en la misma época que la sala de conciertos aludida, con un estilo romántico nacional y rasgos del gótico nórdico y el lombardo. Está adornado interiormente –salón Dorado, sala del Concejo, galería del Príncipe– con riqueza de elementos, que contrastan con el ladrillo exterior. Su torre de 106 metros, visible desde toda la ciudad, está coronada con el símbolo heráldico sueco, el Tre Kronor.

Suecia es una nación de vocación marítima y lacustre, por geografía y por cultura. Y su capital encarna a la perfección esta manera de ser: se fundó en el siglo XIII en Gamla Stan –la Ciudad Vieja–, una isla situada en la desembocadura del lago Malaren –con varios cientos de kilómetros de orilla e infinidad de islas– en el mar Báltico. Y alrededor de esta zona histórica ha ido creciendo la actual urbe, tras ocupar parte del «continente» y catorce de las treinta y cinco mil islas que conforman el archipiélago hasta llegar al mar abierto. Quizá por todo esto el otro escenario donde se alojan los premiados e invitados ilustres sea el impresionante y afamado Grand Hotel Stockholm, situado en el barrio de Blasieholmen, a la misma orilla de una de las ensenadas del Báltico en la ciudad. Un lugar lleno de encanto, ajardinado, con el fluir de embarcaciones de todo tipo que se pasean con turistas para disfrutar de las diversas perspectivas de la ciudad desde el agua, para viajar a cualquiera de los países vecinos o, simplemente, para trasladar ciudadanos a la orilla de enfrente, a Skeppsholmen o a Djurgarden, en ese trajín cotidiano de una ciudad grande, rica, comercial e industrial, capital del Estado del bienestar, a la que todos miran, al menos este día, de los premios Nobel.

Ángel García Prieto

Oviedo

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