Ética, política y periodismo
La principal y primera función del periodismo es denunciar los abusos del poder. Todo lo demás es secundario. Con el tiempo hemos aprendido a distinguir entre buenos y malos periodistas. Entre buenos y malos periódicos. Entre buenos y malos medios de comunicación. Lo que los distingue, más allá de sus capacidades literarias, es su capacidad de transmitir credibilidad, rigurosidad informativa, confianza y un irrenunciable compromiso con la ética periodística.
Con el tiempo también hemos aprendido (en España) a distinguir entre prensa de derechas y extrema derecha (no es necesario nombrarlas, ahí están) que no solo transmiten y defienden valores que las sociedades modernas han superado, sino que están al servicio de poderes que nada tienen que ver con el poder democrático (Iglesia, banca, empresarios depredadores, nostálgicos del franquismo...), y prensa comprometida con la verdad, los valores culturales, la defensa de los valores democráticos, la solidaridad, la lucha contra la corrupción..., a la que se le ha adjudicado el calificativo general de “progresista” o “izquierdista”. Los primeros están haciendo todo lo posible por que el actual Gobierno caiga (legítimo, sino mediara la mentira, el bulo, el insulto...); los segundos apuestan por la fórmula novedosa en este país de Gobierno progresista de coalición.
Hasta ahí, nada que no represente periodísticamente el pulso de una sociedad moderna y compleja como la española, pero conviene recordar que la superioridad moral no es una frase hecha que sacamos del armario cuando conviene. La superioridad moral de una prensa progresista hay que demostrarla día a día, noticia a noticia, artículo a artículo... denuncia a denuncia. Es lo que diferencia de la prensa de derechas. Yo diría que lo más importante.
Viene a cuento toda esta larga introducción al hilo de lo ocurrido en la Asamblea de Madrid con los políticos beneficiados con las subvenciones a la factura de la electricidad, creadas para ayudar a familias vulnerables ante la crisis energética. La denuncia de la prensa progresista sobre que el vicepresidente de Ayuso, Enrique Ossorio, con un salario de 105.000 euros al año y un patrimonio de 1,4 millones de euros, había solicitado el “bono social” no hacía más que certificar (una vez más) la cara dura de estos personajes, el cinismo, la desvergüenza a la que nos tienen acostumbrados. La líder de Más Madrid, Mónica García, después de usar las descalificaciones bien merecidas sobre el “personaje jeta” pidió su dimisión. Al día siguiente, nos enteramos de que ella también era beneficiaria del “bono social” creado para familias vulnerables (ella es médica y su marido vicepresidente de una multinacional).
Si hacemos un repaso a la tinta descargada por nuestros medios progresistas sobre el sinvergüenza Enrique Osorio y la dedicada a la líder de Más Madrid (véase hemerotecas, que para eso están), esta vez a quien se le cae la cara de vergüenza es a mí como lector. ¿Dónde quedó la superioridad moral de la prensa progresista? ¿Cómo es posible que echemos por la borde el prestigio acumulado durante los últimos años? ¿Por qué Mónica García es de las nuestras? O ¿por qué rizando el rizo y en un ejercicio de funambulismo impresentable nos atrevemos a justificar que los dos casos son distintos y ella ha pedido perdón?...
Si el espectáculo que la izquierda a la izquierda del PSOE nos brinda un día sí y otro también con sus luchas intestinas, la “jeta” de Mónica García es la gota que desborda el vaso para desmovilizar al votante progresista. Mónica García, en lugar de pedir perdón (que también) debería haber dimitido, con ello habría demostrado efectivamente que “no somos iguales a los comportamientos de la derecha”. Porque ello hay que demostrarlo con hechos no con eslóganes.
La prensa progresista ha cometido un gravísimo error y Más Madrid ha echado por la borda el discurso de la ética. La gran beneficiada, Isabel Díaz Ayuso.
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