Laicidad y controversia
Siento una infinita tristeza al tener que escribir esta carta dirigida al candidato independiente a la Alcaldía de Gijón por el PSOE. Lo cierto es que alguien se ha equivocado enormemente y no es usted. Aunque todos nos podemos equivocar, alguien es asaz reincidente. La historia me ha enseñado que en 1933 un partido ascendió democráticamente al poder en Alemania y desde el principio no cejó en sacar reglamentos y normas para coartar la libertad de los políticos. Luego bien pertrechado de normas y reglamentos, impuso su histórica intolerancia totalitaria. Usted ha manifestado su intención de defender su libertad política frente a un reglamento que pretende limitarla y le argumentan: “Alguien con una cultura religiosa sabe cómo las confesiones se basan en normas que hay que cumplir”. Desde luego la cultura de todos nosotros: ateos, laicos o religiosos, les guste a ellos o no, es de tradición cristiana (judeocristiana para más señas), aunque usted, en particular, sea laico y no religioso. En la cultura cristiana existen normas y también el perdón por saltárselas si hay propósito de enmienda. Pero... ¿Cómo puede haber propósito de enmienda por saltarse una norma intolerante que atenta contra la libertad individual y nada menos que de un político demócrata? Señor candidato, le supongo su intención de derogar tal norma que atenta a la libertad de un político para acudir, si es invitado o admitido, a actos de nuestra tradición cultural cristiana o de cualquier otra. Pues sea el político ateo, laico o religioso, estará allí representando a la democracia, la tolerancia y la libertad: de los otros para hacer tal acto y la suya propia. Todos somos todos los individuos en diversidad y libertad, y no ninguno como en las cuadriculadas masas de los congresos de Núremberg del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Debería el PSOE poner en claro estas cosas para no generar confusión. A usted le insisten además diciendo: “Hay cosas que se aprenden rápidamente cuando se está en política y se ocupan cargos institucionales y es que puede haber artículos de una ordenanza que no gusten, pero se cumplen porque hay que cumplir las normas”. ¡Qué razón tenía Hannah Arendt en “Eichman en Jerusalén”! El argumento defensivo de Eichman en el juicio era: “Solo he cumplido las normas políticas y lo he hecho con escrupulosa profesionalidad y eficacia”: la banalidad del mal. Debemos rebelarnos contra las normas intolerantes y totalitarias para poder sobrevivir como ciudadanos libres, no hay disculpa para ello. Los políticos deben poder acudir institucionalmente a todos los actos de cualquier índole bajo su libertad y su responsabilidad, como representantes que son de todos los ciudadanos: ateos, laicos o religiosos. Eliminen este intolerante reglamento de laicidad que da infinita tristeza a cualquier demócrata amante de la libertad porque no nos representa como ciudadanos que somos de una ciudad que siempre tuvo fama de tolerante.
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