Entre bulos e incrédulos
Sabemos que lo escrito (y lo pintado y esculpido) sobre Historia de la Humanidad está salpicado -si no embutido o rebozado- de "errores, falacias y mentiras". En escenarios más restringidos por razón de geografía, época o temática, cantidad de "fraudes, estafas y falsificaciones" vienen nutriendo una bibliografía especializada con antologías que incorporan a su título estos mismos descriptores o bien otros parecidos, más asépticos o cautos cuando hacen referencia a cuestiones más crípticas o complejas. Es el caso de "grandes errores", "enciclopedias de la ignorancia" o, más recientemente, "El arte del bulo: De la antigüedad al siglo XXI". En esta última recopilación analítica se introduce un criterio de sistematización que añade una componente más humillante o, si se prefiere, más divertida: hasta en esto de las patrañas nos repetimos y reciclamos a lo largo y ancho de los tiempos, evidenciando que lo de la economía circular no es ningún invento de la modernidad. Y no solo reiteramos objetivos consabidos, como el táctico o estratégico que fundamenta el manido dicho de que "la primera víctima de toda guerra es la verdad" (frase repetida desde Esquilo hasta el senador Johnson y más acá -hoy mismo- por cualquiera de nosotros; por ejemplo, viendo, oyendo, leyendo, oliendo, sintiendo o sentenciando -escépticos o desolados- acerca de la guerra en Ucrania), sino que se vuelve a la carga en tramas, trucos, tratos, recursos, modos, maneras y acompañamientos escénicos de las trolas en todos sus ámbitos y escalas, convertidos -vía crispación ambiental- en campos de batalla reales o virtuales.
Aunque hay muchos y terribles ejemplos de estas crisis de información y credibilidad, algunos han impuesto rumbos y condicionado nuestras vidas, almas y haciendas más que otros. Así, y solo en lo que va de siglo XXI, el atentado terrorista al Estado español del 11M y la traducción de la Covid-19 a nuestro ecosistema patrio han desencadenado una escandalosa apertura de la caja de Pandora de las más modernas y avanzadas formas de chapucería y embustería de nuestra especie. Sofisticadas mentiras, burdas mentiras, errores, falacias, encuestas, dictámenes de expertos, sedicentes expertos e inexistentes expertos, y el pringoso etcétera del muestrario han salpicado no solo a quienes les va en la letra pequeña y en sus complementos de destino el tener que enmerdarse rabilando en las lindes de la cochiquera; o a aquellos a los que "los sistemas" suelen arrastrar en sus derivas -uniformes y togas-, sino también a quienes, irresponsable, cínica o entusiásticamente han expuesto también, culposa y/o dolosamente, símbolos, siglas, mucetas y batas a la deshonra y al escarnio al aventurarse con ellas por sendas embarradas.
Recientemente, en el contexto del buceo en la ciénaga de la pandemia y sus colaterales de experimento social, han aparecido en las redes -es impensable algo similar en los medios convencionales, más cautos siempre, mediatizados y filtrados con consabida frecuencia- otras redes que denuncian intrincados e inquietantes nexos entre intereses y poderes tangibles, poderes fácticos y poderes financieros -ora patrocinadores, ora compradores, ora vendedores, ora reseteadores despóticos de la Historia- , entre lobbies entidades vinculadas a la defensa de la vida y entidades que coquetean con la conflagración y la muerte. Los bulos y presuntos bulos de estas denuncias conspiranoicas son contraatacados con desmentidos o presuntos desmentidos avalados frecuentemente por siglas de contrastada escasa fiabilidad y argumentos que introducen aún más recelos, dudas e incertidumbres en una realidad cada vez más distópica que -si no lo remedia Dios o emisarios en quienes delegue- va configurando, radicalizando y estereotipando los coros y danzas de conflagraciones gestantes y futuras: "negacionistas" y "tragacionistas" acosando al perplejo y desnortado rebaño con andanadas de escándalos, censuras, réplicas y contrarréplicas hasta el definitivo asentamiento de un nuevo orden global de disciplina ciega o de libertad guerrillera y heroica.
La esperanza es lo último que se pierde. Dicen (pero también puede ser un bulo).
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