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Bosques quemados: mentes angustiadas

6 de Abril del 2023 - José Antonio Flórez Lozano

“Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada”. Goethe

Asistimos perplejos e impotentes a la quema de bosques en nuestra querida Asturias, incendios por todas partes que arrasan bosques, fauna, poblaciones rurales. Se ha hablado hasta la saciedad del impacto ambiental, económico, ecológico y, por supuesto, de la posible pérdida de vidas humanas. Pero nada o, muy poco, se ha dicho del impacto de este tipo de catástrofes en la salud física y mental de las personas afectadas. Fuego, humo y cenizas en los bosques de toda Asturias. Asturias quemando en una imagen desoladora. Carreteras cortadas, vecinos angustiados y evacuados, animales calcinados, personas llorando, bomberos extenuados, lenguas de fuego arrasando sin piedad el bosque. Miles de hectáreas de árboles autóctonos, arrasadas. Inmensas pérdidas, daños incalculables y presupuestos ingentes para afrontar la repoblación forestal. Pero aparte de estos daños físicos y materiales, merece la pena hacer algunas consideraciones acerca de los daños físicos y psicológicos, estos mucho más subjetivos y persistentes. En esta catástrofe ecológica, siempre hay un antes y después. Un después descrito por un paisaje carbonizado, tétrico, dantesco y trágico. Algunas víctimas quedarán marcadas de por vida y se limitarán a llevar una vida anodina y sin ilusión. Una persona afectada describe de pronto: “He echado de menos aquellos paisajes en que el tiempo era mi amigo y me regalaba la calma templada de una tarde desde el porche de mi casa. De aquel entonces conservo perfectamente las canciones de los pájaros y el eco del vértigo que fueron los días… Vivía en ese paisaje de perfume y color bajo el mandato de la despreocupación… Ahora todo es de otra forma, como si de repente apareciera una densa niebla… Y surge el dolor de estar viva, de no saber si vivir merece la pena”. Sin duda, en los próximos meses aumentarán los trastornos psicopatológicos en muchas personas que han perdido su entorno natural (paisaje, cosechas, pájaros, flora, perfumes del bosque, animales, casas, etc.). Las farmacias y las consultas médicas en los centros de salud son quizá el mejor lugar para comprobar los efectos de esta explosión de ansiedad, angustia y depresión. Los afectados reviven el suceso una y otra vez, rehúyen el contacto con cualquier persona que les recuerde el acontecimiento, están en alerta permanente, experimentan síntomas físicos, abusan de fármacos, alcohol o drogas. Son personas que sufren el rigor del estrés postraumático. Las recetas de todo tipo de ansiolíticos, antidepresivos e hipnóticos se dispararán en las personas afectadas.

Paisaje carbonizado

Sumario: Del impacto de este tipo de catástrofes en la salud física y mental de las personas afectadas por ellas

Destacado: Desesperación, infierno, pesadilla e impotencia son palabras que dibujan la experiencia vital de las personas acosadas por el fuego

Ahora, sin embargo, contemplamos un paisaje carbonizado, fúnebre y triste como antesala de la muerte. El “olor quemado” es insoportable y la monotonía negra del paisaje es ciertamente impactante. Una atmósfera de misterio, una sombra oscura, dibuja la soledad dolorosa y la melancolía ante el espectáculo dantesco de la naturaleza absolutamente destruida. ¿Dónde están mis árboles? ¿Dónde se encuentran los animales? ¿Qué fue de aquel cuadro paisajístico multicolor? Esta imagen ennegrecida despierta en las personas traumatizadas episodios de tristeza y melancolía. En fin, un cuadro ante el que no quiero despertarme porque el dolor y la desesperación son los aspectos más destacados de mi humor. Las caras de estas personas, antes alegres, ofrecen un rostro de profundo abatimiento, impotencia, cansancio y melancolía. Un silencio profundo parece reinar en ese espacio quemado y enlutecido. Algo similar a lo que pintó Edward Munch en su cuadro “El grito”. Un horror inenarrable, miedo atroz y una incapacidad de tranquilizarse; una angustia a flor de piel. Este paisaje es como un grito “desgarrador” que podemos ver en las personas afectadas con sus ojos angustiados. Así, pues, muchas personas atrapadas por el fuego y la posterior catástrofe vivirán durante mucho tiempo el acontecimiento traumático de forma persistente. Un sentimiento de “extrañeza”, referido a “sí mismo” y a su entorno inmediato. Los trastornos psicosomáticos se disparan: problemas digestivos, hipertensión, neurosis, dispepsias, cefaleas, molestias cardíacas, trastornos musculoesqueléticos, trastornos génito-urinarios, taquicardia, palpitaciones, etc. Especialmente, los síntomas de angustia, ansiedad y los de aprensión, miedo y terror, se extienden al igual que el fuego arrasador de fauna, árboles y matorrales. Los recuerdos, los sueños de carácter recurrente (a veces, sueños terroríficos), las sensaciones de que el acontecimiento traumático se están reviviendo vívidamente, el malestar psicológico intenso, la sensación de un futuro desolador y los síntomas persistentes de excitabilidad (ausentes antes de la catástrofe), dificultades para conciliar el sueño, irritabilidad, problemas en la concentración y respuestas exageradas de sobresalto constituyen algunas perturbaciones psicológicas propias de este tipo de catástrofes ecológicas.

Humor depresivo

Tal vez, ese paisaje quemado produzca una agresividad interna, dañina y autodestructiva, que nos puede llevar por identificación con la naturaleza a la propia destrucción de uno mismo (autolisis), al suicidio. Precisamente aquella exuberante naturaleza perfumada y de un vívido colorido se ha transformado en un paisaje de horror y espanto, un páramo carbonizado. Desesperación, infierno, pesadilla e impotencia son palabras que dibujan la experiencia vital de estas personas acosadas por el fuego. Una mente traumatizada que genera pensamientos, sensaciones o imágenes que surgen sin ser buscados; pensamientos obsesivos que causan duda, ansiedad, miedo, desesperación y culpabilidad. Personas enganchadas a su mente, no a su vida, generando pérdidas de atención, tristeza y depresión. Muchas personas pertenecientes a ese paisaje devastado por el fuego están entristecidas imaginándose los animales aterrados que huían envueltos en llamas. Un dolor inenarrable, un terror que no podemos comprender. El impacto de este tremendo estrés potencia el riesgo de morbilidad y mortalidad. Siglos de paciencia, árboles centenarios carbonizados testigos de la infancia de sus bisabuelos. Suelo destruido que no dejará ver la próxima primavera. En fin, un entorno sin reloj biológico ni climatológico. En este paisaje carbonizado, surge en el habitante el “sentimiento de la culpabilidad”, ¡lo pude haber evitado! En fin, un humor depresivo envuelve al sujeto como una gigantesca telaraña pegajosa, exhibiendo al mismo tiempo signos de irritabilidad, apatía, desgana y falta de energía vital. El trastorno por estrés postraumático finalmente hace su aparición. El sujeto se ve asediado por la rememorización desagradable del evento traumático, lo que ocurre a través de pesadillas terroríficas en las que él mismo se ve rodeado y abrasado por el fuego. El fuego no ha destruido solamente el bosque, sino muchas imágenes mentales de la persona, ha destrozado también gran parte de su propia “imagen personal”, del concepto de “sí mismo”. Tal vez, el “sentido de la vida” del “lugareño”, destruido por el fuego, le conduzca finalmente a la enfermedad. En el páramo carbonizado por el fuego, surge la esperanza de la vida. Pero, sin duda, las personas afectadas serán especialmente vulnerables en su salud. De ahí, la necesidad de realizar estudios de seguimiento a corto y largo plazo que permitan vigilar la salud de estas personas y aplicar programas terapéuticos integrales, necesarios para calmar el “ardor del fuego destructivo” en la mente humana. ¡Ya no soy nada, sin mi naturaleza y paisaje!

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