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Lo que brilla por su ausencia

8 de Abril del 2023 - Carmen González Casal

Curiosamente cada vez brilla más, porque cada vez está más ausente, siguiendo la máxima de Tácito, historiador romano de los primeros años de nuestra era. Me refiero a la honestidad, esa cualidad que muestra con la vida, con las decisiones, con los hechos —cuando nos ven y cuando estamos a solas con nosotros mismos—, la verdad de lo que realmente hay en el corazón, la realidad de nuestras convicciones, sin fingimientos, sin segundas intenciones, sin apariencias, sin el postureo que solo busca «salir en la foto», dar una imagen pública para conseguir el parabién de los demás, para no salirse de lo políticamente correcto, sacando ventaja, en muchas ocasiones, de las debilidades o carencias de los otros.

Cuando la honestidad brilla por su ausencia la vida personal se instala no solo en la mentira, el engaño o la trampa, sino también en la falta de rectitud, de integridad, de respeto a los demás, de coherencia con uno mismo.

La persona honesta es transparente viviendo en equilibrio con lo que piensa, dice y hace. Ideas, palabras y hechos se alinean en una misma conducta, tanto en soledad como en multitud, en ambientes favorables o adversos, en la vida privada o pública, en la niñez o en la vejez, porque su juez no son los demás sino la propia conciencia, sus convicciones.

SUMARIO: La necesidad de la sociedad actual de ejercitare en la virtud de la honestidad

DESTACADO: En una sociedad líquida, carente de principios sólidos, la honestidad brilla más aún por su ausencia porque carece del sustrato donde sustentarse

En una sociedad líquida, carente de principios sólidos, donde todo se apoya en un inestable relativismo, la honestidad brilla más aún por su ausencia porque carece del sustrato donde sustentarse.

Por eso también la vida de la persona honesta es hoy en día más inspiradora que nunca, porque la franqueza, la congruencia, la coherencia, atraen y convencen ante reacciones cada vez más arbitrarias y superficiales, carentes de fundamento sólido.

Y con estas reflexiones no me dirijo a los políticos, aunque al hilo de su lectura muchos piensen en ellos. Es verdad esque la clase política deja mucho que desear en este sentido, de ahí su falta de liderazgo. Leía no hace mucho al psiquiatra Enrique Rojas y decía que «el líder es la autoridad conseguida por una trayectoria ejemplar que es seguida de forma racional por una cierta mayoría. Arrastra, convence, atrae, lleva a muchos en esa dirección». ¿Qué políticos responden hoy en día en su perfil a estos rasgos? Sin embargo, es una cualidad importante a la hora de elegirlos para que nos gobiernen; cuatro años son muchos años para instalarnos en la mentira.

La honestidad es una virtud ciudadana, de a pie, de los de arriba y de los de abajo. Hay que vivirla en el campo y en la ciudad, en la empresa y en el taller, en la vida pública y en la propia casa, ante hijos y extraños, en las aulas y en las discotecas. Está en el apretón de manos, en la mirada directa, en la palabra dada, en reconocer que me equivoqué y pedir perdón; en decir la verdad a la cara, sin perder la educación. También en manejar el dinero ajeno como si fuera propio. Y tantas cosas más que cada uno escucha en esa voz interior que no nos interesa escuchar.

Para quien, consciente de sus limitaciones, defiende la verdad y lucha por lo cree (con respeto, claro está, a la persona y a su libertad), cualquier escenario es adecuado para ejercitarse en esta virtud, para hacer músculo de honestidad, de transparencia, de autenticidad, de coherencia. Hoy, más que nunca, la necesitamos. Es preciso que brille en cada uno por su presencia.

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