Ciertos humanos
La convivencia es la asignatura siempre “pendiente” de nuestra sociedad. Cada día tejemos y destejemos el lienzo de una sana convivencia en paz. Por más esfuerzos que se hacen desde las unidades familiares, desde los centros educativos, desde las instancias políticas y sociales, desde las iglesias... siempre existen ciudadanos de toda edad, sexo, condición e ideología que, en lugar de hacer gala de pacífica convivencia, recurren una y otra vez, de modo profundamente reaccionario, a la respuesta violenta.
Una escena. Parque del Rinconín, Gijón. Perros que corretean libres y felices cerca o lejos de sus amos. ¡Qué bello resulta contemplar sus cabriolas y sus juegos! De repente, un perrito se lanza a la carrera ladrando a una pareja de personas mayores que se acerca. Yo no he podido ver ese instante. Solo me percato de que algo sucede ante las voces. Parece ser que el señor, ante la llegada desbocada del perrito, quiere proteger a su señora lanzando el pie como para apartarlo o para darle una patada al perrito, pero sin alcanzarlo. La reacción de su dueño y de otro señor que le acompaña, ambos jóvenes, es increpar y abroncar al señor como si hubiera cometido un crimen. El señor se excusa: “A mí me gustan los perros, pero mi mujer siente pánico; además, no lo he tocado”. Uno de los jóvenes responde en tono colérico: “Es que si lo tocas te reviento, te reviento, te reviento, ¿me oyes?”. La escena resulta increíble por su excesivo dramatismo, por su desproporción. ¡A un ser humano -a quien se le imputa haber cometido un acto inadecuado, por violento, sobre un animal- se le amenaza de muerte! ¿El proferente será capaz de pasar de tamaña amenaza al acto? Pensarlo da miedo. Un tercer joven se acerca a la escena exclamando: “Dar una patada al perro... a ese tipo la patada se la voy a dar yo”. Y reiteradas veces se encara con el señor con la expresión amenazadora de “Vete de aquí, tira, tira, tira de aquí, que si no...”. ¿Qué estaría dispuesto a hacer esta persona? Pensarlo asusta.
El episodio me ha dejado, como docente, un regusto de dolor y pena. La convivencia, el respeto, la reflexión, el entendimiento, el diálogo, la serenidad, los buenos modos... todas esas actitudes que nos esforzamos en cultivar parecen haberse esfumado en este caso. Aunque el señor le hubiera dado realmente una patada al perrito y el acto mereciera nuestra más enérgica reprobación, ¿no es cierto que podemos ser firmes en nuestra censura sin necesidad alguna de recurrir atávicamente a la violencia? En todo caso, si los ciudadanos no fuéramos capaces de arreglar adecuadamente estos conflictos de convivencia, bien poco graves, por cierto, ¿no debiéramos acudir a la autoridad competente y desechar de nuestro ánimo el recurso al ajuste de cuentas?
Los protagonistas ¿se considerarán esta noche bien retratados en este, afortunadamente, leve conflicto? A lo mejor, si lo piensan, se deberían presentar voluntarios a un curso de reeducación. Sus perritos, esos que precisamente creen proteger, se lo agradecerían. Y la sociedad también.
A mí me encantan las mascotas que están en buenas manos, en manos sensibles y responsables. A mí en absoluto me producen miedo los perros que tienen un buen amo. Solo me asustan ciertos humanos.
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