Tolerancias
Al nacer todo nos agrede: malamente lo toleramos. Luego comenzamos a tolerar a quienes nos alimentan por la pura necesidad de seguir viviendo. Debo confesar que he sido intolerante y también que han sido intolerantes conmigo. De esas intolerancias aprendí la realidad de ser uno y distinto, y ciertas éticas que en mí nacieron: si quieres ser anti algo sé primero anti anti algo. La alternativa sería odiar a cualquier otro, y tolerar solo a aquellos que también odian a los que tú odias. Se forman así bloques que se consideran iguales por su odio común a otros. Si alguno de esos bloques llegase a gobernar, desearía decretar que solo es tolerable su discurso de odio contra la intolerable oposición que los odia.
Cuando oigo que A es igual a B me respingo. Ese principio es la clave del progreso científico, pero es un imposible que prueba nuestra imaginación como seres humanos. Una imaginación capaz de desarrollar dicha igualdad simbólica aunque el símbolo nunca sea la realidad. Lo único real es que solo A es igual a A. Pero imaginamos a B como igual a A para buscar una fraternidad universal de iguales en su desigualdad y sin formar bloques. Eso nos igualaría en esa libertad individual que damos al próximo tolerando sus diferencias. Porque la libertad no se tiene, sino que es algo que se dona al próximo desde la propia libertad individual: es desprendimiento, no es contención. Según parece, esa fraternidad universal es también algo imaginado: una esperanza, una constante promesa de un mundo mejor.
El par cromosómico 23 determina el sexo de los individuos, luego el sexo es genético y el genoma único (A es igual a A). Si hubiese algún tipo de relación de igualdad entre genotipo y fenotipo, esta se rompería si se cambiase el fenotipo: ¿sería entonces A igual a A?
No todo es genético. Konrad Lorenz descubrió que la impronta y su carácter circunstancial determinan conductas y comportamientos innatos. Además, desde que nacemos se nos va nutriendo un inconsciente que nos condiciona de por vida. Llegada la educación, creamos estructuras neuronales de conocimiento y una información que se almacena en los microtúbulos neurales. Información que con la muerte se escapa al universo. Decía Helen Keller: «La mejor consecuencia de la educación es la tolerancia». Esa tolerancia nos permite alejarnos del odio al distinto, tolerar y aceptar su libertad individual. Hay gente capaz de creer y querer aceptar esa universalidad como fraternidad de todas las diferencias individuales, pero los bloques narcisistas no lo toleran. Por eso desde esos bloques siempre se ejerce intolerancia hacia los creyentes que trabajan por la fraternidad universal: por ese único bloque que iguala diferencias y libertad.
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