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Ganar la paz y conquistar la armonía universal

24 de Abril del 2023 - José María Casielles Aguadé

La realidad que vivimos muestra un panorama generalizado de crispaciones, tensiones, y abusos preocupantes, que hacen la vida cada vez más incómoda y desagradable. Estos hechos, desafortunadamente crecientes, contrastan de forma llamativa con la evolución anatómica, fisiológica y neural de la Humanidad, que presenta una indiscutible trayectoria de mejora: la talla física, la eficiencia funcional, la longevidad, y el acervo de los conocimientos humanos, son factores netamente positivos, en contraste con la calidad de las relaciones sociales, y la objetiva excepción histórica de la abolición de la esclavitud formal, que en algunos casos aún asoma bajo síntomas de abusos claramente reconocibles.

El género “homo”, cumbre positiva del árbol filogenético animal, supera los dos millones y medio de años, en la presencia del hombre sobre la Tierra, pasando por una serie de especies afines previas: “australopithecus”, “paranthropus”, “homo hábiles”, “homo ergaster” y “homo sapiens”, que reflejan una marcha progresiva que muestra etapas tan señaladas, como la del paso de la vida arborícola a la peatonal; los notorios cambios de la caza al pastoreo, y de la simple recolección a la agricultura, que transformaron la trashumancia en sedentarismo, sito en aldeas, villas y ciudades, con la consiguiente agrupación que favoreció la aparición de la Cultura y promovió la división y especialización del trabajo. Todo ello contribuyó a compactar las relaciones humanas. Cuando estas relaciones se complican y enfrentan entre sí por mezquinos intereses, surgen las guerras, con sus injusticias brutales y devastadores efectos. En esta malhadada dirección, no apreciamos cambios verdaderamente positivos, o como decimos los científicos evolucionistas: la “clinogénesis” se impone a la “ortogénesis”.

Sumario: Reflexiones acerca del "homo" en tiempos en los que prima el "hay que ganar la guerra"

Destacado: Cada adversario no mira más que por sus egoístas intereses, casi exclusivamente económicos, y, en todo caso, contaminados por el dominio territorial, junto a los ingresos de sus industrias armamentistas

Leemos y oímos todos los días y en todas partes que “hay que ganar la guerra”, esa forma de discrepancia violenta y mortal, donde todos los males se extreman y concentran, cuando racionalmente debiéramos escuchar: “hay que ganar la paz y la concordia universal”. Cada adversario no mira más que por sus egoístas intereses, casi exclusivamente económicos, y, en todo caso, contaminados por el dominio territorial, junto a los ingresos de sus industrias armamentistas. El desprecio a las vidas humanas es tan necio como brutal. Se entiende que las preferencias puedan ser distintas y antagónicas, pero los pretextos esgrimidos y sus presuntas formas de argumentación llegan a ser absolutamente grotescos, incluidos los presentados por países tan supuestamente civilizados como los europeos.

Me pregunto cómo se pueden razonar -según oímos estos días- las inmiscibles gestiones de paz que varios países de la UE pretenden lograr con su hipócrita gestión mediadora de China, con el conflicto ruso-americano que se registra en Ucrania, y con la previa o simultánea contribución en miles de millones de euros, en tanques, aviones e ingentes cantidades de munición (obuses y misiles navales) a los contendientes ucranianos, que para más inri fueron rusos desde el año 880 hasta unos pocos decenios; es decir, unos trece siglos. Cualquiera puede sorprenderse también de que las mayores alarmas y reticencias -aparentemente razonables- contra la eventualidad de una guerra nuclear sean manifestadas por el único país que ha utilizado “de facto”, bombas atómicas contra dos ciudades de un adversario suyo en la II Guerra Mundial, con un impacto de letalidad inmediato sobre ciento veinte mil civiles, además de las muertes y desgracias por secuelas radiactivas. Es innecesario añadir que los argumentos sectarios no son convincentes para nadie que piense con honestidad.

Es hora de intentar “ganar la paz y la concordia” con argumentos y hechos sensatos, y de “concentrar esfuerzos y recursos en el bienestar humano". Lo demás es pura fanfarria.

Quede constancia clara de que tengo el inestimable honor de ser oficial de complemento del Arma de Ingenieros E.T., y el privilegiado diploma de nombramiento de Caballero Legionario del V Tercio de la Paz, que para mí ha primado sobre otras preciadas distinciones, como las de diputado y senador obtenidas electoralmente, como ya he demostrado con hechos tangibles. Por otra parte, he constatado en mi relación con el Ejército que los militares son poco partidarios de la guerra, porque la conocen bien, y la sufren más que nadie en el ámbito personal y familiar. En cualquier caso, y en mí ya provecta edad, todos mis conocimientos científicos civiles aplicables a las tácticas modernas de la guerra Nuclear, Biológica y Química (NBQ) estarán siempre a la disposición de mi patria. En este sentido, me ha llamado poderosamente la atención las reiteradas advertencias del prestigioso general francés Étienne Copel, en su magnífico libro “Vencer a la Guerra”, de que el mayor riesgo de un potencial ataque ruso a Europa sería realizado con armas químicas y no atómicas, y sugiere como armas defensivas prioritarias las emisoras de neutrones, que estima menos mortíferas y más eficaces de lo que se cree. Copel opina que los norteamericanos no intervendrían en ese conflicto europeo, y que Francia no utilizaría sus armas atómicas contra Rusia, para evitar su respuesta militar. Bueno es conocer la autorizada opinión del general galo que, nos guste o no, está además muy seriamente razonada.

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